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Existen muchas variantes en el universo de los relatos policiales. En este sentido, es común encontrar que los relatos policiales se dividen entre el policial clásico (línea británica) y el policial negro (línea norteamericana). Pero ¿cuáles son sus diferencias?
La primera de estas variantes, históricamente hablando, es la clásica. Se distingue por centrarse en un enigma o problema, cuya resolución –a la que se llegará por la vía de la racionalidad– está en manos de un investigador.
Los personajes protagónicos de estos textos son, generalmente, investigadores privados que se colocan incondicionalmente del lado de la ley y la buena moral, por lo que nunca se mezclan con el “bajo mundo”. Además, están dotados de una inteligencia superior a la media y, por lo tanto, son capaces de develar misteriosos enigmas a partir de extrañas y oscuras pistas. Este proceso de develación del misterio oculto –el crimen– toma la forma, finalmente, de un relato explicativo que reordena el caos generado por el personaje antagónico: el delincuente, ya sea asesino, ladrón, mafioso, embaucador, etcétera.
A esta línea pertenecen los policiales de Poe[1]y las historias de Conan Doyle[2]. por ejemplo; sus cultores en la Argentina son Borges y Bioy Casares, prototípicamente.
Por otra parte, la tradición negra toma forma a partir de una serie de transformaciones estructurales y temáticas respecto del modelo anterior, de corte británico.
Uno de los puntos centrales en que el relato policial de tipo norteamericano se aleja del británico es el lugar de lo legal/ la ley en relación con la trama narrativa y los personajes. En el policial negro, la ley ya no se equipa al bien, sino que el mundo del delito y el mundo de la legalidad son porosos, permeables; el mal y el bien están en ambos y a través de los dos espacios circulan todos los personajes: desde el investigador hasta el delincuente. El mundo que representa el policial negro es un mundo corrompido, sucio, violento, regido únicamente por la ley del dinero, por lo que el investigador ya no puede dar cuenta de los crímenes a partir de su racionalidad, sino que debe acudir también a su astucia para hacerlo: para resolver un enigma no basta con sentarse y pensar, siguiendo una línea lógico-deductiva; ahora el investigador se desplaza al terreno de lo público, y logra resolver los casos policiales que se le asignan gracias a sus contactos y relaciones sociales; y solo cuenta con su ética personal como guía.
Entre el policial clásico y el policial negro hay, por lo tanto, un pasaje del orden al caos y de lo privado a lo público; y este desplazamiento supone un mayor acercamiento al realismo: el investigador y los criminales tienden a humanizarse.
Nombres como Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Gilbert Keith Chesterton se asocian al nacimiento de este estilo literario. En el ámbito local, Ricardo Piglia, Juan Sasturain y Osvaldo Soriano son algunos de los representantes.
Existen muchas variantes en el universo de los relatos policiales. En este sentido, es común encontrar que los relatos policiales se dividen entre el policial clásico (línea británica) y el policial negro (línea norteamericana). Pero ¿cuáles son sus diferencias?
La primera de estas variantes, históricamente hablando, es la clásica. Se distingue por centrarse en un enigma o problema, cuya resolución –a la que se llegará por la vía de la racionalidad– está en manos de un investigador.
Los personajes protagónicos de estos textos son, generalmente, investigadores privados que se colocan incondicionalmente del lado de la ley y la buena moral, por lo que nunca se mezclan con el “bajo mundo”. Además, están dotados de una inteligencia superior a la media y, por lo tanto, son capaces de develar misteriosos enigmas a partir de extrañas y oscuras pistas. Este proceso de develación del misterio oculto –el crimen– toma la forma, finalmente, de un relato explicativo que reordena el caos generado por el personaje antagónico: el delincuente, ya sea asesino, ladrón, mafioso, embaucador, etcétera.
A esta línea pertenecen los policiales de Poe[1]y las historias de Conan Doyle[2]. por ejemplo; sus cultores en la Argentina son Borges y Bioy Casares, prototípicamente.
Por otra parte, la tradición negra toma forma a partir de una serie de transformaciones estructurales y temáticas respecto del modelo anterior, de corte británico.
Uno de los puntos centrales en que el relato policial de tipo norteamericano se aleja del británico es el lugar de lo legal/ la ley en relación con la trama narrativa y los personajes. En el policial negro, la ley ya no se equipa al bien, sino que el mundo del delito y el mundo de la legalidad son porosos, permeables; el mal y el bien están en ambos y a través de los dos espacios circulan todos los personajes: desde el investigador hasta el delincuente. El mundo que representa el policial negro es un mundo corrompido, sucio, violento, regido únicamente por la ley del dinero, por lo que el investigador ya no puede dar cuenta de los crímenes a partir de su racionalidad, sino que debe acudir también a su astucia para hacerlo: para resolver un enigma no basta con sentarse y pensar, siguiendo una línea lógico-deductiva; ahora el investigador se desplaza al terreno de lo público, y logra resolver los casos policiales que se le asignan gracias a sus contactos y relaciones sociales; y solo cuenta con su ética personal como guía.
Entre el policial clásico y el policial negro hay, por lo tanto, un pasaje del orden al caos y de lo privado a lo público; y este desplazamiento supone un mayor acercamiento al realismo: el investigador y los criminales tienden a humanizarse.
Nombres como Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Gilbert Keith Chesterton se asocian al nacimiento de este estilo literario. En el ámbito local, Ricardo Piglia, Juan Sasturain y Osvaldo Soriano son algunos de los representantes.
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