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mercancías, prescindiendo del comercio intermediario que hacían los árabes, constituyó un gran aliciente para muchos navegantes.
El espíritu religioso. Perduraba todavía en Europa el ideal de las cruzadas, unido al propósito de convertir a los infieles. Se hablaba de un reino cristiano que existía en África o Asia, el de “Preste Juan“. Este espíritu misionero inflamó también a los descubridores.
A partir del siglo XIII, los pueblos europeos entran en contacto con Asia. El más famoso de los viajeros de esta época fue Marco Polo, veneciano, que visitó China en tiempo de la dominación mogol. La relación de sus viajes impresionó a los europeos y constituyó otro incentivo para los descubrimientos. Los monarcas de la casa de Avis impulsaron en Portugal las empresas de descubrimiento. Enrique el Navegante fundó una escuela de estudios cosmográficos y patrocinó los viajes. Su objetivo era explorar el litoral de África, con el fin de hallar una ruta marítima hacia la India.
Cuando murió Enrique el Navegante, los portugueses habían llegado hasta la costa de Guinea. Bajo Alfonso V, se detuvieron estas empresas que reanudó el rey Juan II. Durante su reinado, Bartolomé Díaz dobló el cabo de Buena Esperanza, punta meridional de África. El nuevo monarca portugués, Manuel el Afortunado, reunió una flota para ir a la India, que confió al hidalgo Vasco de Gama. Este demostró mucho tacto y pericia en su cometido y después de seguir la costa oriental de África, llegó a Calicut en el sudoeste de la India.