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La Pacha Mama es la diosa suprema de los pueblos aborígenes de Suramérica, celebrada en estas fechas. Es la madre, “Mama”, que engendra la vida y la protege. “Pacha” es la Tierra. Los rituales en su honor se multiplican en agosto y parte de septiembre.
En las culturas rurales, las primeras que proliferaron en este planeta azul, se identificaban las épocas de la vida no tanto por la acción del ser humano -como luego se ha venido marcando y calificando el devenir histórico-, cuanto por la acción de la misma Tierra, el campo, la naturaleza viva a la que nuestros antepasados daban mayor importancia y cuidaban con mayor ahínco que al mismo individuo, cuya acción siempre se ve condicionada por ella. Ella mandaba, y el hombre no tenía sino que seguir sus pautas. Por eso se clasificaban y calificaban los tiempos como temporada de lluvias, de recolección, de sementera... Sementera. Qué bonita palabra; era el principio, el embarazo de la tierra del que, pasadas unas semanas, unas lunas, unas crecidas, surgía de nuevo la vida hasta entonces escondida, enterrada -metida dentro de la tierra, en su vientre-. Concebían, pues, la tierra como una madre, una diosa a la que había que adorar y conformar, igual que daba la vida, la podía quitar. Quizá su sentido fuera más acertado que el que posteriormente le agregaron otras religiones “civilizadas”.