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Historia / El Bolívar de Simón Rodríguez
Capítulo correspondiente al Libertador del libro 'Alumnos' (Ediciones B), en que maestros de personajes los describen: Leonardo, Newton, Giotto, Jesús, Bolívar, Copernico, entre otros.
Sólo hoy supe que Simón murió.
Me encuentro aquí en Chuquisaca, Bolivia, donde vine para constatar la lánguida vitalidad de mi escuela- laboratorio que hasta hace dos años era un modelo para el continente; se acaba de publicar un libro mío sobre él, que no leerá jamás; es una apología de redención sobre su vida, intensa y contradictoria, que tuve el privilegio de seguir muy de cerca en varias ocasiones.
Él, 14 años más joven que yo, que se dejó morir de rabia y de tristeza; mientras yo sigo viviendo momentos alternados de gloria, pero previendo un triste destino, en estos países divididos y pendencieros que él hubiera querido unificar, y a través de los cuales viajó frenéticamente.
¡Ah, si lo hubieran escuchado! Un día la Gran Colombia habría podido proclamarle al mundo su poder, tan grande como Europa, mil veces más rica en recursos naturales; su destino rebelde contra el colonialismo más retorcido; su grito de victoria de la libertad del individuo, mucho más elevado que el falso grito de Bonaparte y la Revolución de las luces ya extinta.
Pero lo traicionaron, no lo entendieron; quisieron entregarle a los mezquinos más intrigantes el poder de destruir un gran sueño iluminado.
He sido filósofo, escritor, ministro, pero sobre todo maestro; y como tal quisiera ser recordado. Nací en Caracas, hijo de un sacerdote, un canónico importante de una catedral metropolitana, a quien le debo mi primer apellido, Carreño, y de su amante, Rosalía Rodríguez, una mujer noble, rica y valiente que se atrevió a desafiar a la sociedad y a su propia familia por ese amor. Apenas pude, adopté el apellido de mi madre; mi hermano Cayetano, quien comparte mi destino de hijo no aceptado y tiene cualidades innatas de gran músico, conservó el primer apellido; yo lo he cambiado varias veces durante mi vida.
Así me confiaron a la atención de un hermano de mi madre, el tío José Rafael Rodríguez, así que crecí velozmente, en su biblioteca, encerrado durante días y días, años y años, aprendiendo por mí mismo latín, ciencias y matemáticas; aprovechaba cada oportunidad, entre estas un viaje a París cuando era adolescente, donde conocí los anhelos de libertad de las masas, que yo ni sospechaba en Venezuela, pero, sobre todo, la obra de Rousseau, que cambió mi vida. Él había muerto hacía pocos años pero su espíritu se sentía aún en París, en cualquier lugar, a lo largo de los boulevards por las que yo caminaba reflexionando... Era muy joven y estaba ilusionado con recorrer su mismo camino: paseaba por los sitios que sus pies habían pisado.