Respuestas
La población de América, se inicia con la conquista y posterior a Colón. Debido a ello, la población amerindia se redujo considerablemente, entre un 30 y 90% según la fuente.[1]Hay que señalar que el descenso de la población indígena estaba a la par con el aumento de la nueva población mestiza a la que se les incluyeron posteriores aportes de esclavos africanos.
La dimensión de las catástrofe demográfica ya era visible al poco tiempo del sometimiento: Juan López de Velasco, cosmógrafo del Consejo de Indias hizo una de las primeras estimaciones de la población indígena bajo dominio español, el resultado fue de 9.827.150 indígenas (1570).[1]Para Rosemblat en 1650 la población nativa era de 5 a 9 millones de habitantes[1]pero otros los estiman en 6[2]u 8[3]millones, en 1700 son 4,5 millones.[4]De esta población, 3 millones y medio de nativos vivían en las Américas del Sur y Central en 1600.[5]En 1825 la población nativa de la América española era de 8 millones de personas.[1]
En los tiempos anteriores a la conquista la población solía concentrarse en zonas aptas para la agricultura en el interior del continente, con la conquista la población recién llegada de Europa y África empezó a concentrarse en las regiones costeras mientras el interior permaneció siendo rural e indígena, la población europea tendía a concentrarse en las ciudades. El cambio demográfico quedó plasmado cuando se estima que en 1500 la población americana representaba el 20% del total mundial, un siglo después era el 3%, incluyendo a grupos no indígenas.[6]
En los censos coloniales y de inicios del siglo XIX la categoría de blancos incluía tanto a europeos y criollos pero también mulatos y mestizos de piel clara e incluso a mestizos de piel más oscura,[7]ya que las categorías no blancas eran consideradas algo despectivo, por lo que la gente no deseaba decir que carecían de ascendencia europea.[8]
Tras la conquista se produjo una importante inmigración de europeos a las Américas unos 500.000 a 700.000 portugueses[9]y 400.000 a 1.000.000 ingleses, franceses y alemanes.[10]
Entre los siglos XVI y XVII llegaron 500.000 españoles al continente (de Andalucia, Extremadura y Castilla) y 250.000 más en el siglo XVIII (País Vasco, Cataluña, Galicia y Canarias), 100.000 lo hicieron ilegalmente o sin permiso de las autoridades.[11]Un 10% de los inmigrantes iban por temporada a trabajar en las cosechas, otro 10% volvía a Europa tras hacer fortuna.[12]
La historia de la mayor parte de los indígenas americanos, después de Colón, es una historia de opresión. La exploración inicial fue pronto reemplazada por la conquista y la conversión forzada al cristianismo bendecido por la iglesia y el Rey, y motivado por sueños de oro y gloria, apareció un nuevo tipo europeo: el conquistador.
Todos los pueblos originarios fueron afectados por la llegada de los europeos, y casi todos fueron espectadores de la eliminación de su cultura. Se les impuso una nueva religión y una nueva forma de vida distinta. Quienes no la adoptaron se les esclavizaba o fueron eliminados.
Los europeos se apropiaron las tierras y obligaron a los indígenas a trabajar para ellos en las minas, las haciendas y en la construcción. La metrópoli española implanto una estructura política y económica según sus propias necesidades, y la economía indígena quedó subordinada a esos intereses. Las consecuencias para los pueblos originarios de América no pudieron ser más trágicas:
“…De esta enorme cantidad de gentes, de diversas razas que habitaban América, Dios los creo los más simples, sin maldades, ni dobleces, muy obedientes y fieles a sus señores naturales y a los cristianos a quienes sirven las más humildes, más pacientes, más pacíficas y quietas gentes que hay en el mundo. Sin peleas ni bullicios, sin rencores, sin odios, sin desear venganza… son así mismo limpios y vivos de entendimientos, muy capaces y dóciles para toda buena doctrina: Muy aptos para recibir nuestra santa fe católica y ser dotados de virtuosas costumbres… En estas ovejas mansas y de calidad así dotadas por su creador y hacedor, entraron los españoles apenas los conocieron como lobos y tigres y leones cruelísimos, hambrientos de muchos días. Y no han hecho otra cosa, en estos cuarenta años que destruir, despedazar, realizar matanzas, provocar angustias, afligimientos y tormentas como nunca vistas, ni oídas ni leídas maneras de crueldad…” (Bartolomé de las Casas).
Ellos laboran la tierra y tienen cuidado de la casa; ellos cazan o pescan cuando no hay guerra, aunque a la verdad son muy holgazanes, vanagloriosos, vengativos y traidores; su principal arma es flecha enherbolada. […] cierran los huertos y heredades con un solo hilo de algodón, o bejuco que llaman, no en más alto que a la cintura. Es grandísimo pecado entran en tal cercado por encima o por debajo de aquella pared, y tienen creído que muere presto quien la quebranta.
Son gentiles olleros; las mujeres labran la tierra, que los hombres atienden a la guerra y a la caza, y si no, danse al placer; usan vino de dátiles; crían en casa conejos, patos, tórtolas y otras muchas aves.