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La rivalidad entre Esparta y Atenas derivó en la expansión espartana a lo largo del Peloponeso e incluso, más allá del golfo de Corinto, en Asia Menor, donde la potencia helena se enfrentó al imperio Medo y luego al imperio Persa.
El imperio espartano consideraba de vital importancia estratégica, frente al avance comercial de las ciudades de la liga de Delos, el dominio sobre el Peloponeso, pues así se proveía de un ámbito territorial suficientemente grande como para asegurar la autosuficiencia económica y la proyección geopolítica sobre el Egeo y el Mediterráneo.
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