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Los pueblos germánicos (o bárbaros) venían acosando las fronteras del Imperio romano desde el siglo I. Eran pueblos nómadas o seminómadas con una sociedad estratificada: nobles, libres, libertos y esclavos. El rey se elegía entre un miembro de las familias nobles. Los hombres libres juraban fidelidad personal al jefe, y esta era la base de su poder.
Se les conoce como bárbaros por derivación del término “bárbaro” que significa “extranjero” y además porque sus costumbres eran distintas a las de los pueblos cristianos, fe que no conocían.
Casi todo lo que se sabe sobre los pueblos germanos procede de los relatos históricos escritos por dos autores romanos: “Comentarios” (51 a.C.) de Julio César, y “Germania” (98 d.C.) de Publio Cornelio Tácito.
El primer encuentro entre los pueblos germanos y sus vecinos romanos fue en el siglo II a.C., cuando los cimbrios y los teutones invadieron la Galia, siendo derrotados en la actual Provenza. Sin embargo, para entonces la mayor parte de Germania estaba ocupada por tribus germanas, como los suevos, queruscos y otras.
Entre los pueblos germanos invasores encontramos a los godos, divididos en visigodos en Occidente y los ostrogodos en Oriente. Los francos, los suevos, los burgundios, los anglos, los sajones y los jutos, los vándalos, los frisones, los alanos (iranios) y los alamanes constituían el resto de los pueblos y surge en el siglo V