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En la primera lectura, además de lo dicho, hay algo muy importante: Dos del grupo de los setenta no estaba con los demás cuando Moisés repartió el espíritu. Eran Eldad y Medad . A pesar de todo, también ellos profetizaron. Y Josué, hijo de Nun, pidió a Moisés que se lo prohibiera. Las palabras de Moisés son impresionantes: !Ojala que todo el pueblo profetizara! Encajan perfectamente con la actitud de Jesús. Desde el momento que Jesús nos ha enseñado a rezar diciendo PADRE NUESTRO, ¿Se puede decir de alguien que ése no es de los nuestros? Los nuestros son todos los que son del Padre Dios “que hace salir el sol sobre buenos y malos” (Mt. 5,45). No se trata simplemente de tolerar lo malo que hay en los otros. Se trata de apreciar todo lo que hay en los demás de bueno. “La esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser (Escritor israelí Amos Oz. Los fanáticos, los fundamentalistas, suelen ser agresivos. Daba en el clavo también el físico Andréi Sajarov cuando decía que “la intolerancia es la angustia de no tener razón”.