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Nudo
Aquella herida tan grave, de la cual tardó más de un mes en curar -nadie se atrevió a quitarle la manzana, que así quedó empotrada en su carne, como visible testimonio de lo ocurrido-, pareció recordar, incluso al padre, que Gregorio, pese a lo triste y repulsivo de su forma actual, era un miembro de la familia, a quien no se debía tratar como a un enemigo, sino, por el contrario, con todos los respetos, y que era un elemental deber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse. Resignarse y nada más.
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