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Partiendo del presupuesto de que la estructura y la figura del hombre han sido siempre las mismas, Rousseau ve el hombre primitivo como un ser dedicado a la vida vagabunda y salvaje. Moralmente el hombre salvaje se distingue del animal por ser libre y perfeccionable, lo que le permite no seguir ciegamente su instinto, sino determinarse en el sentido que quiere. En este estado el hombre vive solo, fuera de la sociedad; sus pasiones se limitan a la satisfacción de los deseos naturales, limpias de sobreestructuras sentimentales e imaginarias.
Contra las tesis sostenidas por el filósofo británico Thomas Hobbes, Rousseau niega que un hombre semejante sea malo por naturaleza; por el contrario, está dotado de un sentimiento natural, la piedad, que le inclina a socorrer a quien sufre, sin sombra de reflexión. Fuera de estos contados contactos, el hombre en estado natural no frecuenta a sus semejantes y, en tales condiciones, las desigualdades entre los hombres son inapreciables y no van más allá de unas pocas diferencias naturales de fuerza, salud, belleza, etc. El bienestar y la conservación, por un lado, y por otro la natural repugnancia a ver perecer y sufrir a sus semejantes, fuente de piedad, guiaban su conducta.
Ello fue así, según Rousseau, hasta la aparición de la propiedad. "El primero que habiendo limitado un terreno dijo: "esto es mío" y encontró gente bastante ingenua para creerlo, aquél fue el verdadero fundador de la sociedad civil." Un hecho de tal clase no se produjo de repente; fue preparado por una lenta maduración. El hombre empezó a sentir la necesidad de estabilidad; se formaron las familias y las cabañas y, sobre todo, surgieron las industrias y la agricultura, en la que reside precisamente el germen de la propiedad.
De la propiedad nacieron las exigencias, las necesidades, los lujos; y entonces los hombres se lanzaron en carrera desenfrenada hacia las riquezas, desarrollando todas sus facultades para beneficiarse a costa de los demás. Sólo que de esta tendencia nació también la de imponerse a los demás, de dominar; el rico y el pobre, el más fuerte y el primer ocupante de una tierra se vieron lanzados uno contra otro como lobos famélicos. Y he aquí que el rico, para salvar lo suyo, concibe el proyecto de emplear a su favor las fuerzas que lo combatían; y poco le costó convencer a los pobres de que iba en interés de ellos unir todas sus fuerzas para la tutela común.
De ese modo se creó la sociedad civil, se promulgaron las leyes y fue definitivamente destruida la libertad natural del hombre. Como el derecho de libertad, por provenir de la misma naturaleza, no puede ser cedido, se sigue que los poderes políticos fundados sobre dicha cesión son por definición arbitrarios. La desigualdad política trae consigo la desigualdad civil, hasta recorrer un trágico ciclo cuya fase culminante consagra una común desigualdad, opuesta a la natural: el despotismo, en el cual todos son igualmente esclavos, "pues no tienen más ley que la voluntad del señor".
Los contemporáneos de Rousseau vieron en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres una despiadada requisitoria contra las instituciones sociales y políticas de su tiempo y aclamaron en el autor al osado cirujano que se atrevió a hundir el bisturí en lo profundo de la llaga. El Discurso señala un momento fundamental en la historia de las doctrinas políticas, pues contiene las premisas de la doctrina que Rousseau desarrollará en El contrato social. Según Solari, el pacto entre débiles y poderosos que insinúa el Discurso es la resultante empírica de un proceso histórico que consagra legalmente un estado injusto, mientras que el de El contrato social es el nuevo pacto que habrá de sustituir al primero: un pacto obra de la razón y del derecho, destinado, según el idealismo de Rousseau, a garantizar el imperio de la justicia y de la felicidad.