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El especialista en lógica Raymundo Morado dice: “Idealmente, un buen argumento es lógicamente válido, dialécticamente correcto y retóricamente eficaz”[1]. De modo que si aceptamos que en contextos jurídicos deberían darse buenos argumentos parece que tiene que haber una relación con la lógica. Pero no nos adelantemos.
España tiene un gran filósofo del derecho que se ha dedicado a estudiar la argumentación jurídica en profundidad. Me refiero a Manuel Atienza. Este, en su monumental Curso de argumentación jurídica[2] (digo monumental porque es un texto completísimo de casi 900 páginas) describe tres concepciones de la argumentación que en parte están implícitas en el ideal sugerido por Morado:
Una concepción formal, en la que el vínculo con la lógica es directo, especialmente con la deducción.
Una concepción material, en la que entran elementos de lógica informal y de inducción.
Una concepción pragmática, en la que entran elementos retóricos y dialécticos que no necesariamente están ligados a la lógica pero que en contextos ideales de comunicación deberían estarlo.