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La Escritura como Autoridad Final
La fe Cristiana está basada en la propia auto-revelación de Dios, no en las opiniones
conflictivas o en las especulaciones nada confiables de los hombres. Como escribió el
Apóstol Pablo: “para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en
el poder de Dios” (I Cor. 2:5).
El mundo en su propia sabiduría nunca entendería ni buscaría a Dios (Rom. 3:11) sino que
siempre reprime o distorsiona la verdad con la injusticia (Rom. 1:18, 21). Así que Pablo
concluyó que “el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (I Cor. 1:21), y puso en
agudo contraste las “palabras enseñadas por sabiduría humana” con aquellas que “Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu” (I Cor. 2:10, 13). A la luz de ese contraste necesitamos
ver que el mensaje apostólico no se originó en las palabras persuasivas de la sabiduría o el
entendimiento humano (I Cor. 2:4). La luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz
de Jesucristo era, como ellos decían, “de Dios, y no de nosotros” (II Cor. 4:6-7). Pablo
agradeció a Dios que los Tesalonicenses recibieron su mensaje “no como palabra de
hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (I Tes. 2:13). Como Pedro escribió,
“nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (II Ped. 1:21). Pablo dijo de los escritos
sagrados que nos hacen sabios para salvación que todos ellos son “soplados por Dios,”
inspirados por Dios (II Tim. 3:15-17).
Es por esta razón que las Escrituras son útiles para nuestra doctrina, corrección e
instrucción. Debemos poner atención al mensaje, el cual es divino – y a su totalidad, como
Jesús dijo: “El hombre vivirá de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4). Pero
el pueblo de Dios no debe someterse a las palabras no inspiradas de los hombres. “Así ha
dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan...
hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová” (Jer. 23:16). Ni debiese el
pueblo de Dios permitir que su fe sea comprometida por cualquier filosofía que es “según
las tradiciones de los hombres... y no según Cristo” (Col. 2:8). Cristo mismo condenó a
aquellos que “han invalidado el mandamiento de Dios por [vuestras] tradiciones” (Mat.
15:6). La filosofía humana y las tradiciones humanas no tienen lugar en el proceso de
definir la fe Cristiana.