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Heinrich Böll importante autor alemán del siglo XX, Premio Nobel de Literatura de 1972, en “La balanza de los Balek” cuenta una historia de injusticia, engaños, uso del poder militar y eclesiástico para beneficio de unos pocos.
Leerlo me pareció un nuevo retrato de la realidad nacional donde una nueva combinación maligna, una verdadera asociación con fines inconfesables, se aposenta en la autoridad que debe regular la participación electoral, en el gendarme que obedece ordenes inhumanas, plenas de injusticia y el poder eclesial que mete las narices en la putrefacta acción de la política gubernamental y da ganancia de causa a los poderosos.
La Balanza de los Balek nos retrata, es una imitación de nuestra vida, atrapados entre el engaño, la imposición, la truchimanería, el abuso de poder, el deservicio de líderes religiosos que miran hacia el otro lado a cambio de ventajas indebidas y coimas inaceptables.
Böll cuenta una historia que, por repetida parece aceptable. Aunque sólo existía la balanza de los Balek a un niño se le ocurre pesar el café que venden los dueños del castillo y descubre que faltan cuatro onzas para una libra. El pequeño calcula la cuarta de café con la que se engaña al pueblo entero, que compra a los poderosos y determina que, en el caso de su familia, han sido engañados durante un siglo sin que nadie se percatara de la trapisonda.
Eso ocurre hoy con el peso del gas, con el precio de la gasolina, con el relajo de precios aumentados de medicamentos esenciales, sin que aparezca un niño como en el relato de “La balanza de los Balek” que descubra y denuncie los abusos y los engaños.
“Por la denuncia y la comprobación de lo denunciado no sólo se sublevó nuestro pueblo, sino también pueblos vecinos y durante casi una semana se interrumpió el trabajo. Pero llegaron muchos gendarmes y amenazaron a hombres y mujeres con meterlos en la cárcel, y los Balek obligaron al párroco a que exhibiera públicamente la balanza en la escuela y demostrara que el fiel de la justicia estaba bien equilibrado. Y hombres y mujeres volvieron al trabajo, pero nadie fue a la escuela a ver al párroco. Estuvo allí solo, indefenso y triste con sus pesas, la balanza y las bolsas de café.
“Mi familia abandonó el pueblo, no se detenía en ningún lugar, les apenaba ver que dondequiera latía mal el péndulo de la justicia. Constantemente cantaban “La Justicia de la tierra, oh Señor, te dio muerte”. Y quien parara a escucharlos también podía oír la historia de los Balek von Bilgan, a cuya justicia faltaba la décima parte. Pero casi nadie escuchaba.
Parece que sólo la sublevación produce justicia. ¿Qué esperamos?