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Al Rosario de María se le llama de muchas maneras y se le compara con muchas cosas. Su estructura externa y la riqueza de su contenido dan pie a lo siguiente: Es un Río de Rosas formado por las cincuenta Avemaría y las otras oraciones y jaculatorias, que fluye desde los hombres hasta el cielo para pedir la intercesión de la Virgen. Es un Ramillete de Rosas dedicado a la Virgen: "Venid gentes y coged las rosas de estos misterios" (Liturgia: Himno de la fiesta). Es también como una Corona de Rosas tejida con flores de la más variada belleza y del más exquisito perfume: -los misterios de la vida de Cristo, las reflexiones y oraciones- que despiertan en nosotros sensaciones de dolor, de gloria o de alegría. Es asimismo un Salterio, con ciento cincuenta salutaciones a la Virgen.
Es el Breviario de los Fieles, algo así como lo que es para lo clérigos el rezo oficial litúrgico. Los Papas, a partir de Pío XII, lo llaman Compendio del Evangelio, pues recuerda los hechos más destacados de la vida de Jesús y María, y a la vez nos invitan a vivirlos al poner a nuestra consideración, los misterios que se ocultan tras cada uno de esos hechos que recuerda.
Aparte de ser una de las más grandes expresiones de la religiosidad popular, desde un principio, el rezo del Santo Rosario representó para la Cristiandad una arma de defensa en contra de la herejía.
«Considero —dice el Papa León XIII— que no hay nada mejor ni más oportuno que recomendar y promover esta forma de oración, para que mediante el Rosario, gracias a la consideración frecuente de los misterios de la salvación, la fe despierte más viva en el corazón de los hombres y el fuego sagrado de la oración se reanime y resplandezca como prenda de paz, de elevación moral y de prosperidad.
«Esta maravillosa devoción mariana, como toda devoción auténtica, está impregnada de la más sólida doctrina. Los quince misterios del Rosario son una admirable y fuerte síntesis, en forma de meditación, de todo el dogma de la Redención.
«Y en cuanto a la forma externa de su recitación, ya sea privada, ya pública, es obra maestra de sencillez evangélica, cuyo tono es deliciosamente filial y graciosamente infantil, como sienta a pequeñitos que balbucean su cariño a una tierna madre».
«Entre las distintas oraciones públicas que dirigimos útilmente a la Virgen Madre de Dios —añade el Papa Pío XI—, el Santo Rosario ocupa un lugar excepcional. (...)
«Y así como en el tiempo de las Cruzadas se levantaba en toda Europa, de todos los pueblos, una sola voz, una plegaria única, que hoy también, en el mundo entero, en las metrópolis y en las ciudades, en los pueblos y en las aldeas, todos unidos de corazón y de esfuerzo, se afanan con porfiadas súplicas por alcanzar de la poderosa Madre de Dios que sean desbaratados los destructores de la civilización cristiana y humana, y que sobre los hombres fatigados e inquietos, resplandezca la paz verdadera».
Es el Breviario de los Fieles, algo así como lo que es para lo clérigos el rezo oficial litúrgico. Los Papas, a partir de Pío XII, lo llaman Compendio del Evangelio, pues recuerda los hechos más destacados de la vida de Jesús y María, y a la vez nos invitan a vivirlos al poner a nuestra consideración, los misterios que se ocultan tras cada uno de esos hechos que recuerda.
Aparte de ser una de las más grandes expresiones de la religiosidad popular, desde un principio, el rezo del Santo Rosario representó para la Cristiandad una arma de defensa en contra de la herejía.
«Considero —dice el Papa León XIII— que no hay nada mejor ni más oportuno que recomendar y promover esta forma de oración, para que mediante el Rosario, gracias a la consideración frecuente de los misterios de la salvación, la fe despierte más viva en el corazón de los hombres y el fuego sagrado de la oración se reanime y resplandezca como prenda de paz, de elevación moral y de prosperidad.
«Esta maravillosa devoción mariana, como toda devoción auténtica, está impregnada de la más sólida doctrina. Los quince misterios del Rosario son una admirable y fuerte síntesis, en forma de meditación, de todo el dogma de la Redención.
«Y en cuanto a la forma externa de su recitación, ya sea privada, ya pública, es obra maestra de sencillez evangélica, cuyo tono es deliciosamente filial y graciosamente infantil, como sienta a pequeñitos que balbucean su cariño a una tierna madre».
«Entre las distintas oraciones públicas que dirigimos útilmente a la Virgen Madre de Dios —añade el Papa Pío XI—, el Santo Rosario ocupa un lugar excepcional. (...)
«Y así como en el tiempo de las Cruzadas se levantaba en toda Europa, de todos los pueblos, una sola voz, una plegaria única, que hoy también, en el mundo entero, en las metrópolis y en las ciudades, en los pueblos y en las aldeas, todos unidos de corazón y de esfuerzo, se afanan con porfiadas súplicas por alcanzar de la poderosa Madre de Dios que sean desbaratados los destructores de la civilización cristiana y humana, y que sobre los hombres fatigados e inquietos, resplandezca la paz verdadera».
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