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En la época prehispánica México fue albergue de un amplio abanico de culturas, cuyas pautas específicas de desarrollo estuvieron influidas, entre otros factores, por la gama de condiciones ambientales que les ofrecía este territorio.
Durante miles de años, sus pobladores fueron grupos nómadas de cazadores-recolectores que supieron explotar con eficacia distintos ecosistemas. A la larga, la combinación de las prácticas culturales propias de algunos de esos grupos con las características específicas de ciertas regiones, propició las condiciones para la adopción de la agricultura como medio principal de subsistencia, y con ello la definición de dos de las áreas del México antiguo: Mesoamérica y Aridamérica. En la primera habitaron sociedades sedentarias agrícolas que, a lo largo de miles de años, fueron actores de uno de los desarrollos más originales y vigorosos de la antigüedad. Con ellas convivieron grupos, ubicados en el área que se ha llamado Aridamérica, que durante toda la época prehispánica conservaron su carácter nómada y fueron capaces de enfrentar con éxito las duras condiciones ambientales del Norte de México. A partir del primer siglo de nuestra era, parte de la región aridamericana fue ocupada por pueblos sedentarios relacionados con la zona de Oasisamérica, la que abarcaba parte del suroeste de Estados Unidos y del Norte de México.