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Puesto que la promesa de Dios tenía que ver con una descendencia, Abrahán necesitaba un hijo por medio del cual viniera la Descendencia. Pero tanto él como Sara eran ya ancianos y no tenían prole. No obstante, Jehová los bendijo y regeneró milagrosamente sus facultades procreativas, de modo que Sara le dio un hijo a Abrahán, Isaac, manteniendo así viva la promesa de la descendencia (Génesis 17:15-17; 21:1-7).
Unos años más tarde, cuando Abrahán demostró su fe hasta el punto de estar dispuesto a sacrificar a su hijo amado Isaac, Jehová le repitió la promesa: “Yo de seguro te bendeciré y de seguro multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y como los granos de arena que hay en la orilla del mar; y tu descendencia tomará posesión de la puerta de sus enemigos. Y mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra debido a que has escuchado mi voz” (Génesis 22:15-18). A esta promesa ampliada se la conoce normalmente como el pacto abrahámico, al que estaría vinculado el nuevo pacto que habría de venir.