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Se han planteado varias hipótesis acerca de cómo y cuándo llegaron nuestros antepasados por primera vez al continente americano (lo hemos tratado con anterioridad aquí). Se trata de una cuestión que genera un intenso –e interesante– debate tanto en la comunidad científica como entre el público en general, debate que se ha visto agudizado porque en los últimos años la hipótesis que más consenso aglutinaba se ha visto ampliamente superada por los resultados de las investigaciones más recientes.
Hace unas décadas pocos dudaban de que los primeros colonizadores del continente americano habían llegado atravesando Beringia —una porción de tierra que hoy en día se encuentra sumergida bajo el actual estrecho de Bering y que en otro tiempo unió los continentes asiático y americano—. Desde ahí siguieron su camino a través de un «corredor libre de hielo» (ice-free corridor) abierto entre dos masas glaciares en retroceso, lo que les permitió alcanzar las llanuras al este de las Montañas Rocosas. De esta manera, hace aproximadamente 13.500 años, estos antepasados desarrollaron un complejo de herramientas de piedra —que hoy conocemos como «cultura Clovis»— y se expandieron rápidamente hacia el sur colonizando todo el continente en un corto plazo de tiempo (alrededor de 1.000 años).
Dado que durante la última glaciación Beringia unía por tierra Asia y América y que, al parecer, los primeros americanos eran nómadas que practicaban la caza mayor, fue fácil concluir que éstos habían seguido a los mamuts y a otras presas desde Asia en dirección sur. La fecha propuesta para la entrada en las llanuras americanas casaba con la ausencia –hasta ese momento– de ningún yacimiento arqueológico con una antigüedad mayor.
Sin embargo, cada vez tenemos más pruebas que apoyan la idea de que los primeros colonizadores siguieron una ruta costera. Según esta hipótesis, la entrada en América desde Beringia se verificó hace aproximadamente 16.000 años utilizando embarcaciones de diferentes tipos. Este flujo migratorio no se interrumpió y se produjo una rápida expansión hacia el sur por la costa del Pacífico, llegando a Chile al menos hace 14.500 años, donde se asentaron en lo que hoy conocemos como el yacimiento arqueológico de Monte Verde [1].
Nuevas dataciones para los yacimientos del interior
Como hemos apuntado, la hipótesis inicial que defendía la migración hacia el sur a través del «corredor libre de hielo» sufrió un primer revés serio cuando la datación del yacimiento de Monte Verde II en Chile arrojó 14.500 años de antigüedad, más de 1.000 años antes de que aparecieran las primeras herramientas de los Clovis. Desde entonces han ido apareciendo muchos yacimientos más antiguos que los primeros artefactos de este complejo cultural.
Por ejemplo, las recientes excavaciones en el yacimiento de Page-Ladson han sacado a la luz huesos de mastodonte y herramientas de piedra datados en 14.550 años [2]. Page-Ladson era una dolina con un pequeño estanque en su interior donde se podía encontrar agua dulce. Actualmente forma parte del lecho del río Aucilla. Con esta configuración se trataba de un lugar magnífico donde nuestros antepasados podían conseguir alimento. Los animales acudirían allí para refrescarse y podrían ser cazados con relativa facilidad. De hecho, los restos de mastodontes y las puntas de flecha introducidas entre los huesos son los que acreditan la presencia humana.
Otro yacimiento interesante es el de las cuevas Paisley. En 2008 se publicó el hallazgo de unos coprolitos (término con el que se designan los excrementos fósiles) cuyo estudio de ADN confirmó que se trataba de heces humanas datadas entre hace 14.000 y 15.000 años [3]. El yacimiento lo conforman una serie de cuevas poco profundas cercanas a la localidad de Paisley, desde las que se domina un antiguo lecho lacustre. La hipótesis lanzada en aquel momento fue la de que nuestros antepasados se habían adentrado en la región desde el Pacífico remontando el curso de los ríos Columbia o Klamath.
Sin embargo, estos resultados se pusieron en entredicho [4] sobre la base de que los análisis de ADN presentaban defectos metodológicos y que los restos se habían recuperado en un yacimiento alterado (de ahí la sospecha de que las fechas obtenidas mediante radiocarbono no eran fiables). Asimismo, los críticos sostenían que no se habían localizado otros tipos de artefactos que dieran más robustez a los resultados.
La cuestión parece haberse resuelto con la publicación en 2012 [5] de un nuevo trabajo donde se analiza con más detalle la estratigrafía del yacimiento y se informa de la recuperación de varias puntas de flecha. Ahora la datación del yacimiento es más fiable y arroja una antigüedad de 14.500 años.