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El Imperio británico comenzó a tomar forma a principios del siglo XVII, mediante el establecimiento de la colonia de Jamestown en 1607, en Virginia por parte de Inglaterra, lo que sería el comienzo de las Trece Colonias en Norteamérica, que fueron el origen de Estados Unidos así como de las provincias marítimas del Canadá. También se produjo la colonización de pequeñas islas en el mar Caribe como Jamaica y Barbados.
Las colonias productoras de azúcar del Caribe, donde la esclavitud se convirtió en la base de la economía, eran las colonias más importantes y lucrativas para Inglaterra. Las colonias americanas producían tabaco, algodón y arroz en el sur, material naval y pieles de animales en el norte.
El imperio de Inglaterra en América se iba expandiendo gradualmente mediante guerras y colonias. Inglaterra consiguió controlar Nueva Ámsterdam (después llamada Nueva York) tras las guerras anglo-neerlandesas. Las colonias americanas se extendían hacia el oeste en busca de nuevas tierras para la agricultura. Durante la Guerra de los Siete Años, los ingleses vencieron a los franceses y se quedaron con Nueva Francia, en 1760, lo que convertía a Inglaterra en dueña de casi toda América del Norte.
Después, los asentamientos en Australia (que comenzaron con las colonias penales en 1788) y Nueva Zelanda (bajo el dominio de la Corona desde 1840) crearon una nueva zona para la migración desde las Islas Británicas, aunque las poblaciones indígenas tuvieron que sufrir guerras desiguales -en algunos casos, genocidio, como en la Guerra negra- y también enfermedades. Como efectos de las guerras, el genocidio, la represión y la mala alimentación fue reduciéndose su tamaño en alrededor de un 60–70% en algo menos de un siglo. Estas colonias, ya en manos de los nuevos colonos de origen británico, acabarán obteniendo el autogobierno.