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El Dalai Lama y la líder indigenista Rigoberta Menchú coinciden en la reivindicación de los derechos de sus pueblos y en la posibilidad de su redención por la vía del reconocimiento global de la intervención sostenida de Occidente (en tanto cultura y civilización) sobre las naciones aborígenes.
Difieren sin embargo en los medios para hacerse oír, siendo el Dalai Lama un líder político con un peso religioso importe dentro de las comunidades budistas tibetanas, mezclándose en él la autoridad monástica y la política.
En el caso de Menchú, la dirigente se atiene a lo estrictamente sociocultural, siendo un referente político complementario y que no encarna una autoridad religiosa ni posee un discurso heterogéneo, sino una actitud referida al problema indígena y una defensa clara de su situación en el contexto latinoamericano.