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José Gabriel ingresó en el seminario “Nuestra Señora de Loreto” en la ciudad de Córdoba. Por aquel tiempo los seminaristas estudiaban en el Seminario latín y otras disciplinas eclesiásticas, pero las demás asignaturas debían cursarlas en las aulas de la Universidad de Trejo y Sanabria. Es en esa casa de estudios donde tendrá por camaradas y conquistará su indeclinable amistad a personas luego destacadas como el doctor Ramón Cárcano, gobernador de Córdoba y primer biógrafo del famoso sacerdote.
Fue un presbitero católico argentino cargo del curato
Oración inicial para todos los días
Padre de todos los hombres, compadécete de nosotros, los desterrados hijos de Eva, y dígnate escuchar las súplicas que te dirigimos por los méritos e intercesión del Beato José Gabriel del Rosario Brochero, sacerdote según tu Corazón y fiel pastor de una porción de tu rebaño. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Oraciones finales para todos los días
Trinidad Santa, Dios Vivo y Creador, acoge benignamente las súplicas que te dirigimos en esta novena. Que nuestra oración te sea agradable, Señor, como lo fue la vida y la muerte del Beato José Gabriel del Rosario Brochero, por cuya intercesión acudimos confiados a tu Misericordia. Sea la gloria y la alabanza para Ti, único Dios verdadero, Fuente y Principio de toda Vida, Hoguera inextinguible de Amor y Premio eterno de los bienaventurados. Amén.
¡Oh, María, Madre nuestra! Alcánzanos la gracia de reconocer los tesoros y riquezas que tu Hijo nos dejó en ese Sacramento de amor. Alcánzanos las fuerzas necesarias para llegar a él con mucha frecuencia y a enriquecernos con sus virtudes. Séanos, Madre nuestra, muy doloroso el apartarnos de este Sacramento, como es doloroso al niño el separarse de los pechos de la madre que lo alimenta con su propia sangre. Porque desde hoy queremos amar a tu Hijo para devolverle amor por amor. Si tú nos ayudas, Madre nuestra, no nos ha de costar el amor a tu Hijo que tanto nos amó y es tan digno de ser amado. Si amamos a los autores de nuestros días, a nuestros hermanos, a nuestros parientes, a nuestros amigos y a nuestros bienhechores, ¿cómo no amaremos a nuestro Salvador divino, [más] que a nuestro buen padre, a nuestro hermano querido, a nuestro amigo fiel, y a nuestro bienhechor temporal y eterno? Y Tú, dulcísimo Salvador: haznos conocer la grandeza del don que nos dejaste en la Hostia consagrada, y el infinito amor que nos manifestaste en ella, para recibirte con frecuencia en ella y unirnos contigo, a fin de participar de tu misma vida, de tu misma divinidad y de tu misma gloria. Amén. (Cura Brochero).