Respuestas
—Soy un Emperador que ante todo intenta proteger a su pueblo, y a su hijo, de las iras de Pachacamac.
Lo único que se requería era el valor suficiente para ingerirla en el justo momento en que Pachacamac decidiera traicionarle, despertándose a destiempo.
Se podía jugar con los dioses pequeños, e incluso con la muerte, puesto que la muerte tan sólo derrotaba en campo abierto a aquel que la desafiaba cara a cara, pero desafiar a Pachacamac significaba atraer su ira sobre miles de seres inocentes.
Pintarrajeados, provocativos, escandalosos y con excesiva frecuencia irreverentes, los siervos de Pachacamac parecían estar siempre fuera de lugar entre los severos muros de palacio, y el simple hecho de que se negaran a inclinar la cabeza en su presencia, prefiriendo mirarle directamente a los ojos, le producía una extraña desazón a la que nunca había logrado acostumbrarse.
Los alaridos, las protestas y los insultos de la princesa Sangay Chimé resonaban una y otra vez por las estancias del palacio en el momento en que una larga procesión partía de las puertas del Templo de Pachacamac para encaminarse, con resonar de flautas y tambores, hacia el camino que descendía en dirección suroeste, pero Rusti Cayambe se mantuvo firme en su idea de que, bajo ningún concepto, pudiera volver a drogarse.