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No obstante, históricamente, los habitantes de Madrid han sido apodados también como «gatos» debido a que, según la leyenda, la conquista de la ciudad por las tropas de Alfonso VI, a finales del siglo XI, se realizó mediante el asalto de la muralla por la que treparon las tropas castellanas.
Se representó tal finalidad con un emblema formado por un crisol puesto al fuego, con la leyenda Limpia, fija y da esplendor.
La tradición o leyenda narra el episodio con el detalle de que durante el cerco, un noble zamorano o gallego llamado Vellido Dolfos se presentó ante el rey como desertor y, con la excusa de mostrarle los puntos débiles de las murallas, lo separó de su guardia y consiguió acabar con su vida de una lanzada.
Es posible que esta leyenda sea el origen del refrán que afirma «Allá van las leyes, do quieran los reyes».
Esta dicotomía entre la leyenda blanca o rosa y leyenda negra fue favorecida por su propio accionar, ya que se negó a que se publicaran biografías suyas en vida y ordenó la destrucción de su correspondencia.
Desde el annus horribilis de 1568, el monarca renacentista acentuó su severidad, y con el tiempo se fue asimilando al estereotipo de la leyenda negra, tan grave de gesto como de palabra.
No tuvo muchos amigos, y ninguno gozó completamente de su confianza, pero no fue el personaje oscuro y amargado que se ha transmitido en la historia a través de la leyenda negra.
La leyenda Maese Pérez, el organista, obra de Gustavo Adolfo Bécquer de 1866, está también ambientada en Sevilla.
También existe una leyenda que da una explicación mitológica al nombre de la ciudad.
Según esta leyenda, Hércules se unió a los argonautas tras acabar con su cuarto trabajo para ayudarles a buscar el Vellocino de Oro, pero al pasar cerca de la actual costa catalana una tormenta dispersó las embarcaciones que formaban la expedición, y al terminar faltaba la novena.