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ara 1945 los japoneses habían sufrido una cadena de derrotas consecutivas durante casi dos años, en el suroeste del Pacífico, la campaña de las Marianas, y la campaña de las Filipinas. En julio de 1944, tras la pérdida de Saipan, el general Hideki Tōjō fue sustituido como primer ministro por el general Kuniaki Koiso, que declaró que las Filipinas serían el escenario de la batalla decisiva.1 Cuando los japoneses perdieron las Filipinas, Koiso fue sustituido por el almirante Kantarō Suzuki. Durante la primera mitad de 1945, los Aliados capturaron las islas cercanas de Iwo Jima y Okinawa. De hecho, Okinawa se convertiría en un punto de concentración y aprovisionamiento para la invasión de Japón.2
La campaña submarina de los Aliados y la colocación de minas en las aguas costeras japonesas habían prácticamente destruido la flota mercante japonesa. Japón, que tiene pocos recursos naturales, dependía de las materias primas importadas de Asia continental y del territorio conquistado en las Indias Orientales Neerlandesas, especialmente del petróleo.3 La destrucción de la flota mercante japonesa, combinada con el bombardeo estratégico de la industria japonesa, habían hundido la economía de guerra de Japón. La producción de carbón, hierro, acero, caucho y otros suministros vitales sólo eran una fracción de los niveles anteriores a la guerra.45
El crucero de batalla reconstruido Haruna fue hundido en su amarre de la base naval de Kure el 24 de julio, durante una serie de bombardeos.
Como resultado de las pérdidas sufridas, en la práctica la Armada Imperial Japonesa había dejado de ser una fuerza combativa. Tras una serie de ataques al astillero japonés de Kure, los únicos navíos de guerra disponibles para el combate eran seis portaaviones, cuatro cruceros y un acorazado, ninguno de los cuales podía repostar combustible de forma adecuada. Aunque todavía estaban operativos 19 destructores y 38 submarinos, su uso estaba limitado por la falta de combustible.67
Enfrentados a la perspectiva de una invasión de las islas nacionales japonesas, empezando por Kyūshū, el diario de guerra del Cuartel General Imperial concluyó:
Ya no podemos dirigir la guerra con alguna esperanza de éxito. El único plan que queda es que los cien millones de japoneses sacrifiquen sus vidas cargando contra el enemigo para hacerles perder la voluntad de combatir.8
En un intento final de detener los avances aliados, el Alto Mando Imperial japonés planeó una defensa completa de Kyūshū con nombre en clave Operación Ketsu-Go.9 Este plan sería una desviación radical de los planes de "defensa en profundidad" utilizados en las invasiones de Peleliu, Iwo Jima y Okinawa. En cambio, todo se jugaría en las cabezas de playa; se enviarían más de 3.000 kamikazes para atacar los transportes anfibios antes de que pudieran desembarcar las tropas y el cargamento en la playa. Si esto no ahuyentaba a los Aliados, planeaban enviar a la playa otros 3.500 kamikazes junto con 5.000 lanchas suicidas Shin'yō y los destructores y submarinos restantes —"lo último de la flota operativa de la Armada". Si los Aliados conseguían superar esto y desembarcaban en Kyūshū, solo quedarían 3.000 aviones para defender las islas restantes, aunque Kyūshū sería "defendida hasta el final" a pesar de todo.7 Se excavaron una serie de cuevas cerca de Nagano. En caso de invasión por parte del ejército estas cuevas, llamadas Cuartel General Imperial subterráneo de Matsushiro, se utilizarían para dirigir la guerra y alojar al emperador y su familia.