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Para comprender su naturaleza y sus funciones hay que conocer la historia del budismo tibetano y en particular la de la escuela Guelug, a la que pertenece el Dalai Lama. Un par de generaciones después de la muerte de Tsóngkhapa, el maestro fundador de dicha escuela, descubrimos que Guendun Drup, el tercer abad del monasterio de Ganden, era sobrino de Tsóngkhapa. Él fundó el famoso monasterio de Tashilhunpo, en Shigatse e instaló ahí como abad a su propio maestro. Popularmente, a Guendun Drup se le consideraba la reencarnación del segundo abad de Ganden (a Tsóngkhapa se le consideró el primero) y fue así como surgió la sucesión a través de reencarnaciones. En aquella época existían sólo dos líneas de sucesión: la de las reencarnaciones del sobrino de Tsóngkhapa, el tercer abad de Ganden; y la de su maestro, el primer abad de Tashilhunpo. Más adelante, estas dos líneas se conocieron respectivamente como la del Dalai Lama y la del Panchen Lama. El actual Dalai Lama es el decimocuarto de su línea de sucesión y el último Panchen Lama ha sido el décimo de su linaje.
Avalokiteshvara
El Dalai Lama se considera la encarnación del Bodhisatva Avalokiteshvara
La figura del Dalai Lama representa el principio del ideal del Bodhisatva. Éste debe comprenderse en el contexto de la idea del karma y el renacimiento, que expresan que uno no sólo vive una vida en esta tierra, sino que experimenta una sucesión de vidas. El renacimiento, según las enseñanzas budistas, ocurre debido a los restos de deseo, aversión e ignorancia que quedan en el flujo de conciencia de una persona al morir. Sin embargo, si mediante la práctica espiritual uno logra eliminar esos tres venenos, al final sólo alberga un gran estado de paz, amor y sabiduría. Deja de estar atado a la rueda de la vida y la muerte y no renace más. De acuerdo con el mahayana, en ese momento se presentan dos posibilidades. Uno puede disolverse en el nirvana o puede elegir renacer, movido por la compasión, para ayudar a los demás seres. Esta elección se ilustra con la leyenda del Bodhisatva Avalokiteshvara.
Se dice que Avalokiteshvara fue un gran yogui que estaba a punto de alcanzar la iluminación. Ascendió a estados de conciencia cada vez más elevados y experimentó todo tipo de reinos arquetípicos, con diversas y gloriosas formas. Sin embargo, al alcanzar la orilla de un gran océano de luz, todas estas desaparecieron. Sólo percibía ese océano de luz. Tuvo un gozo muy profundo y supo que al fin regresaba al origen. Iba a “fundirse” con la misma realidad. Entonces escuchó un sonido que parecía venir de muy lejos, por debajo suyo. Se dio cuenta de que eran muchas voces que gritaban y gemían. El sonido era cada vez más intenso, de modo que dejó de fijarse en el gran océano de luz y miró hacia abajo (por eso se llama así, Avalokiteshvara, “el señor que mira hacia abajo”). Vio a millones de seres que sufrían de diferentes maneras, pero sobre todo a causa de su ignorancia y su falta de instrucción espiritual. Pensó: “¿Cómo puedo abandonar a esos seres? ¿Cómo puedo fundirme en este océano de luz y salvarme sólo yo cuando en el mundo hay tantos que necesitan ayuda?” De esa forma Avalokiteshvara regresó al mundo.
El budismo tibetano toma el ideal del Bodhisatva muy en serio. Es algo real y vivo. Para ellos no se trata sólo de una bella mitología, asumen que los Bodhisatvas están con nosotros y creen firmemente que es posible identificarlos. Al Dalai Lama se le considera una manifestación de Avalokiteshvara, el bodhisatva de la compasión y el Panchen Lama es una manifestación de Amitaba, el Buda de la Luz Infinita.