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Mens sana in corpore sano dice la frase que todos hemos oído millones de veces. Hacer ejercicio físico se receta como una cura para casi todo en la vida: la depresión, el dolor, la pérdida de memoria, las enfermedades cardiovasculares etc.
Todos somos conscientes de lo que le sucede al cuerpo cuando hacemos deporte con regularidad. Desarrollamos más músculo, ganamos resistencia y actividades diarias como subir escaleras nos resultan más fáciles. Sin embargo, la conexión entre el deporte, nuestro cerebro y el estado de ánimo no está tan clara. Se dice que hacer ejercicio ayuda a liberar endorfinas y que ésto nos hace sentir bien. Pero ¿cómo? Lo que sucede es lo siguiente.
Así se benefician las neuronas del deporte
Cuando empezamos a realizar una actividad física, sea correr, andar en bici, nadar o cualquier otra, nuestros músculos comienzan a contraerse y relajarse y envían al cerebro una serie de sustancias químicas, entre ellas, una proteína llamada IGF-1. El cerebro interpreta ésto como un momento de estrés, como si estuviésemos luchando con algún enemigo o tratando de huir de algún peligro. En respuesta, libera sustancias químicas que protegen a las células nerviosas de daños, las impulsan a crecer, a multiplicarse, a fortalecer las conexiones entre neuronas y otras células nerviosas y a crear nuevas conexiones.
De entre todas esas sustancias, la más importante es el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF). El BDNF es esencial durante la formación del sistema nervioso porque fomenta la capacidad plástica del cerebro para que se adapte mejor a las situaciones y pueda modificarse en función del ambiente. Al hacer deporte aumentan los niveles de BDNF y cuanto más BDNF, mayor capacidad del cerebro para aprender. Por eso después de hacer ejercicio nos sentimos más despejados y vemos las cosas con más claridad mental.
Al mismo tiempo que el BDNF se liberan las endorfinas. La finalidad de estas sustancias químicas es minimizar la incomodidad del ejercicio y bloquear la sensación de dolor. Además están asociadas con un sentimiento de euforia.
Se ha visto que bastan tan sólo tres meses de ejercicio para que aumenten los niveles de BDNF en el cerebro. Lógicamente, no todos los deportes influyen de igual forma. Correr, jugar un partido de baloncesto o de fútbol, nadar, o ir en bici, al ser actividades en las que se ponen en marcha coordinación y pensamiento, tienen efectos mucho más positivos sobre la plasticidad neuronal que hacer pesas.
Del mismo modo, hacer ejercicio intenso durante un tiempo y después abandonarlo tampoco sirve de nada. Se ha visto en animales de laboratorio que, si dejan de hacer deporte, sus niveles de BDNF vuelven a la normalidad. Sin embargo, si un sujeto ha realizado ejercicio de forma regular a lo largo de su vida y, por la causa que sea, durante un tiempo lo deja, el cerebro guarda una especie de memoria. Cuando el individuo retome el deporte un tiempo después, su cerebro recuperará los niveles de BDNF antes y mucho más rápido que animales sedentarios.
Hacer ejercicio de forma regular contribuye a generar una reserva cognitiva que actúa como una batería. Se puede arrancar durante la vejez o en situaciones vitales en las que sea necesaria, por ejemplo, si aparece una enfermedad como el Alzheimer, para minimizar su impacto.
Cuánto deporte necesita el cerebro
El BDNF y las endorfinas son las que provocan la sensación de bienestar y euforia que nos invade tras practicar deporte. En el fondo, esta sensación es similar a la que desencadenan drogas como la heroína o la cocaína ya que se ha visto que, con el tiempo, se necesita más ejercicio para lograr el mismo nivel de euforia.
Sin embargo, una reciente investigación realizada en el Darmouth College, en Estados Unidos, demostró que no es necesario machacarse cada día en el gimnasio o convertirse en atleta profesional para que nuestro cerebro, y el resto del cuerpo, se beneficien del deporte y ésto contribuya a mejorar nuestra salud y nuestro nivel de felicidad.