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Los Evangelios afirman que Jesús, como Mesías, fue enviado para "dar su vida como sacrificio para muchos" y "traer buenas noticias del Reino de Dios."[1] Durante el transcurso de su predicación, se dice que Jesús llevó a cabo varios milagros, incluyendo sanaciones, exorcismos, andar sobre el agua, transformar el agua en vino y resucitar a varias personas muertas, entre ellas Lázaro (Juan 11:1-44, Juan 11:1-44).
El Evangelio de Juan describe tres fiestas de pascua diferentes durante el ministerio de Jesús. Esto implica que Jesús predicó durante un período de tres años, aunque algunas interpretaciones de los Evangelios sinópticos sugieren sólo un año.[2]
Su predicación se enfocó en sus seguidores más cercanos, los Doce Apóstoles, aunque otros muchos fueron considerados también discípulos. Jesús tenía un discurso apocalíptico. Predicaba que el fin del mundo vendría inesperadamente y que retornaría para juzgar al mundo según cómo las personas trataran a los más débiles; por esta razón, avisó a sus seguidores de que estuvieran siempre alerta y mantuvieran la fe. Jesús también enseñaba que el arrepentimiento era necesario para librarse del infierno, y prometió dar la vida eterna a aquellos que creyeran (Juan 3:16-18).
Judea y Galilea en tiempos de Jesús
En el punto álgido de su predicación, Jesús atraía a enormes multitudes que se cifran en miles, principalmente en las áreas de Galilea y Perea (hoy día Israel y Jordania, respectivamente).[3]. Algunas de las enseñanzas más famosas de Jesús provienen del "Sermón de la montaña", que incluía las Bienaventuranzas y el Padrenuestro. Jesús empleaba parábolas a menudo, tales como la Parábola del Hijo Pródigo y la Parábola del Sembrador. Sus enseñanzas animaban al auto-sacrificio incondicional como muestras de amor a Dios y a todas las personas. Durante sus sermones, predicaba acerca del servicio y la humildad, el perdón de los pecados, la fe, la necesidad de poner la otra mejilla, el amor tanto por los enemigos como por los amigos, y la necesidad de seguir el espíritu de la ley más que la letra.[4]
Jesús se reunía a menudo con marginados de la sociedad como los publicanos (recolectores de impuestos del Imperio que eran despreciados por su extorsión) a los que pertenecía el apóstol Mateo. Cuando los fariseos le recriminaban a Jesús que se reuniera con pecadores más que con los honrados, Jesús replicaba que era la enfermedad la que necesitaba un médico y no la salud (Mateo 9:9-13). Según Lucas y Juan, Jesús también hizo esfuerzos por extender sus enseñanzas a los Samaritanos, que seguían una forma diferente a la religión israelita. Esto se refleja en su prédica a los Samaritanos de Sychar, a los que consiguió convertir (Juan 4:1-42).
Según los Evangelios sinópticos, Jesús llevó a tres de sus apóstoles —Pedro, Juan y Santiago— a lo alto de una montaña para rezar. Mientras estaba allí, Jesús se transfiguró ante ellos, su cara reluciente como el sol y sus ropas de un blanco brillante. Elías y Moisés se aparecieron a su lado. Una nube brillante les eclipsaba y una voz desde el cielo decía: "Este es mi hijo amado, con el que estoy muy contento"[5]. Los Evangelios también afirman que hacia el fin de su predicación, Jesús empezó a avisar a sus discípulos de su futura muerte y resurrección (Mateo 16:21-28)