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La escritura es necesaria para expresar gráficamente ideas completas en íntima relación con el sonido de la lengua hablada. Para ello, el ser humano fue confeccionando diferentes formas de representar las palabras –tanto la idea como su pronunciación– y comenzó con los pictogramas, imágenes de las cosas tal como son, es decir, que para decir sol y calor se dibujaba al astro solar. Se trata de una escritura icónica –la imagen es equivalente a lo representado y a las ideas afines, con las dificultades añadidas para poder distinguir unas de otras–, y sus ejemplos más antiguos se conocieron en el IV milenio antes de nuestra Era en Mesopotamia y Egipto, y en el milenio siguiente en China o en el Valle del Indo.
El desarrollo de los primeros alfabetos continúa en Egipto pero sin los egipcios. Lo cierto es que hasta hace pocos años se sostuvo que la escritura alfabética se inició con los fenicios, un pueblo comerciante situado en el Líbano e Israel actuales, hacia el 1400 o 1500 a. C., pero un reciente descubrimiento de unas inscripciones en 1999 en Wadi el-Hol, Egipto, nos han hecho retroceder el origen del alfabeto hasta el 1900 o 1800 a. C., y situar sus inicios en el alfabeto de influencia jeroglífica ideado por un pueblo semita que vivía en Egipto.
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Este rico pueblo comerciante que durante los siglos X al VI a. C. dominó el Mediterráneo, desarrolló un alfabeto moderno sencillo e ingenioso compuesto por consonantes de las que los últimos vestigios de los pictogramas ya habían desaparecido. Es de hecho un instrumento hecho a medida del comerciante: fácil de aprender, de escribir y de adaptarse. Y, lógicamente, fue adaptado por otras culturas de origen comercial como las sociedades griegas y romanas que forman la base de la civilización occidental moderna.
Fueron precisamente los griegos los que añadieron la guinda que le faltaba al pastel, la invención de las vocales. Y de ahí, su escritura pasó al pueblo etrusco situado en el centro de Italia y poseedores de una vasta literatura que, por desgracia, no ha llegado a nuestros días como tampoco su escritura ha podido aún ser descifrada. Pero su herencia sí que nos ha llegado a través de los romanos, que aunque no fueron nunca etruscos sí que tuvieron reyes etruscos que introdujeron su alfabeto, origen del alfabeto latino y madre de nuestro actual alfabeto.
Lo curioso es que el alfabeto latino tenía solamente 23 letras: la J, U y W no existían, aunque la J se representada con la I, la U con la V y no había necesidad de una W. Además, como todos hemos visto en innumerables monumentos, escribían en mayúsculas. Para el desarrollo de la minúscula hemos de avanzar muchos siglos hasta el siglo IX d. C. cuando Carlomagno, dominador de la Europa del momento, manda a Alcuino de York una profunda reforma de la escritura, uniformándola y desarrollando la denominada minúscula carolingia (derivada de la cursiva vulgar latina) de la que, a su vez, unos siglos más tarde surgirá la característica escritura gótica de la Edad Media