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Hasta la masificación y sistematización de los servicios de sanidad e higiene pública, durante el siglo XIX, en el mundo los datos arrojan indicadores de morbilidad y mortalidad desproporcionados, al punto de que para finales del siglo XVI la esperanza de vida se situaba en los 50 años y la edad promedio era de 20 años.
Desde mediados del siglo XIX la esperanza de vida ha aumentado desde los 60 años hasta casi los 90 años en casi todo el mundo desarrollado, mientras que los indicadores de morbilidad, de efectividad de las epidemias y de control de la asistencia sanitaria son positivos.
Casos excepcionales en el mundo son los de los países menos desarrollados y sin embargo, en la mayoría de estos contextos también hay y comienzan a verse buenos indicadores