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Lo que ocurre es que nuestro cerebro, que tiene almacenada la información sobre las cosas que nos gustan, envía señales:
a nuestro estómago para que produzca enzimas digestivos que serán los encargados de realizar la digestión
Y a nuestras glándulas salivales para que aumente la secreción salival
Preparando así a nuestro organismo para ingerir y digerir lo que estamos viendo u oliendo. De ahí que sintamos un deseo irrefrenable de comérnoslo, aunque no tengamos hambre.
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