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La Gran Guerra barrió los imperios de Europa. Primero, en 1917, cayó el más despótico, el ruso, que había conservado un zar autócrata incompatible con el siglo XX, a quien consecuentemente se hizo responsable de la guerra. Luego, al finalizar las hostilidades en 1918, los emperadores alemán y austriaco perdieron la corona junto con la guerra. Solo el Imperio otomano aguantó formalmente hasta 1922, pero era mera apariencia.
Como entidad territorial el Imperio fue disuelto por la derrota, casi desapareció su parte europea, perdió todo el Oriente Medio e incluso zonas de Anatolia, la Turquía asiática. En cuanto a su soberano el sultán, desde que los Jóvenes Turcos, militares nacionalistas y reformadores, dieron su primer golpe en 1908, había perdido el poder, y los Jóvenes Turcos ponían y quitaban a los sultanes como quien cambia la decoración de su casa.
A diferencia del zar Nicolás de Rusia o el káiser alemán Guillermo, ni el último sultán, Mehmet VI, ni su antecesor, Mehmet V, habían sido responsables de embarcar a Turquía en la Gran Guerra. Ese nefasto honor le correspondía a Enver Pachá, el más fascinante personaje de la Turquía contemporánea, quien lo pagaría con su propio destino, una tragedia llena de sangre, como en el más desaforado Shakespeare.