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Aunque existían “partidos” en el Antiguo Régimen, referidos a facciones de poder en las cortes de las monarquías absolutas, especialmente en el siglo XVII, y vinculadas a privados, validos o ministros, en realidad el origen de los partidos políticos estaría en los procesos revolucionarios liberales con el precedente del parlamentarismo inglés. El derecho a participar en la política que trajeron la soberanía nacional y el parlamentarismo, comenzó a perfilar la necesidad de articular las distintas posturas en torno a organizaciones políticas con objetivos comunes, comenzando con los whigs y tories en el Parlamento inglés, los primeros más partidarios del mismo, frente a los segundos más vinculados a la Corona.
El siguiente paso se dio en la Revolución Francesa, apareciendo grupos como los monárquicos constitucionales, los girondinos y los jacobinos, entre otros. Con las revoluciones liberales los partidos se consagraron como piezas básicas de la relación entre el Estado y la sociedad, aunque, en realidad, solamente con una parte de ella, dado el triunfo del sufragio censitario.
En 1832 se dio la Reform Act en Gran Bretaña, que fue la primera extensión del sufragio en dicho país, incorporando al sistema político a toda la burguesía. Eso generó que los viejos whigs tuvieran que organizarse de forma distinta, transformándose en el Partido Liberal, con algunas reglas de disciplina interna y cierta coherencia ideológica, para organizar las elecciones y generar adhesiones personales hacia los líderes. Ese es el espíritu que terminó por cundir en los partidos políticos en los Estados liberales europeos decimonónicos: organizaciones de cuadros, comités y fidelidades personales.
En realidad, solamente funcionaban en los períodos electorales y, al primar esas fidelidades, no tenían una gran cohesión. En general, se generaron dos grandes partidos en cada Estado, uno más conservador y otro más progresista, con algunas diferencias ideológicas pero no muy significativas, dado que pertenecían al mismo universo liberal, y que se alternaban en el poder de forma más o menos pacífica, en función de la estabilidad institucional de cada sistema político.
Partidos de 'aparato' y de masas
La democratización de los sistemas liberales a finales del siglo XIX con el reconocimiento del sufragio universal provocó un cambio radical en la estructura de los partidos. Otro factor que generó profundos cambios tuvo que ver con la llegada de los partidos socialistas, profundamente interesados en incorporar a los obreros a la vida política, dado el triunfo de las tesis reformistas sobre las revolucionarias en el socialismo occidental. Estas formaciones fomentaron la educación política de las masas, empleando los mítines, las casas del pueblo y la prensa obrera, además de fomentar la afiliación. Al crecer de forma considerable, se estructuraron de manera distinta a cómo habían hecho los partidos liberales. Ahora se crearían estructuras burocráticas estables y no cuadros y comités para las elecciones.
Los partidos socialistas primigenios serían, pues, de aparato, es decir, con una estructura piramidal, basada en secciones, círculos o agrupaciones que conformarían un primer nivel. Después, estarían en un segundo nivel las federaciones territoriales hasta el tercer nivel o vértice constituido por una ejecutiva con una secretaría general, elegidos por delegados de los niveles inferiores en los congresos.
También es el momento en el que nacen los políticos profesionales frente al político liberal burgués que no recibía remuneración por su trabajo político, dada su riqueza personal basada en la propiedad.
El éxito electoral de los partidos socialistas europeos generó una reacción en los sectores burgueses, conservadores, católicos y nacionalistas promoviendo la creación de partidos de masas, con estructuras parecidas a los de aparato pero que no se dirigían a una clase social determinada. Este fenómeno comenzó en el período de entreguerras pero terminó por consagrarse después de la Segunda Guerra Mundial Con el tiempo, los partidos socialistas han terminado por conjugar el partido de aparato con el de masas, al dirigirse no sólo a la clase obrera.
En la mitad del siglo XIX comenzaron a estructurarse los partidos políticos tradicionales de Colombia. Primero fue el Liberal en 1848 y cuyo programa fue esbozado por José Ezequiel Rojas. El año siguiente, 1849, Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro, redactaron el programa correspondiente al Conservador.
A grandes rasgos, la sociedad en esta Colombia decimonóica se dividía en dos grupos que diferían dos cosas, unos abogaban por la tradición política con la que se venía, y en este grupo estaban: Los esclavistas, burócratas, terratenientes, militares de alto rango y clero, para quienes la situación era ideal y debía ser mantenida a toda costa. Parafraseando a Álvaro Tirado Mejía: "tenían mucho que conservar". Los otros, apoyaban la idea de transformar al Estado Colombiano y eran los comerciantes, los indígenas, los esclavos y los artesanos.
Hay una tradición histórica que ha postulado que los orígenes de los partidos Liberal y Conservador se remontan a la herencia de las querellas que existieron entre los bolivarianos y los santanderistas, pero leer un acápite del programa conservador de Mariano Ospina Rodríguez nos desdibuja esta hipótesis porque, en el programa conservador de 1849, Ospina Rodríguez escribió: "Ser o no ser enemigo de Santander, de Azuero o de López, no es ser conservador: porque Santander, Azuero y López, defendieron también, en diferentes épocas, principios conservadores. Haber sido amigo de estos o aquellos caudillos en las guerras por la Independencia, por la libertad o por la Constitución, no constituye a nadie Conservador; porque alguno de estos caudillos han defendido también alguna vez principios conservadores".
Sin embargo, los Conservadores, liderados por Mariano Ospina Rodríguez, preferían continuar con el Estado colonial que se había alargado porque las transformaciones podían interferir con sus intereses económicos: la abolición de la esclavitud, por ejemplo, afectaba los intereses económicos de los esclavistas, porque perderían el dinero que los esclavos les habían costado y se verían obligados a contratar jornaleros. Además, convertir, en términos jurídicos iguales a todos los hombres, les derrumbaba su poder social.
La situación de los liberales era muy diferente. Para ellos, el cambio era totalmente significativo e implicaba transformar el Estado, pasando de unas relaciones coloniales a un Estado con leyes generales para todos. En Las ideas liberales en Colombia, de Gerardo Molina, se enumeran las reformas que los liberales proponían en la segunda mitad del siglo XIX:
Abolición de la esclavitud
Libertad absoluta de imprenta y de palabra
Libertad religiosa
Libertad de Enseñanza
Libertad de industria y comercio, inclusive el de armas y municiones
Desafuero eclesiástico
Sufragio Universal, directo y secreto
Supresión de la pena de muerte y dulcificación de los castigos
Abolición de la prisión por deuda
Juicio por jurados
Disminución de las funciones del Ejecutivo
Fortalecimiento de las Provincias
Abolición de los monopolios, de los diezmos y de los censos
Libre cambio
Impuesto único y directo
Abolición del ejército
Expulsión de los Jesuitas