Respuestas
En un lejano país, vivían un hombre y una mujer que deseaban con todas sus fuerzas tener un hijo.
Tenían una preciosa casa cerca de un jardín lleno de flores y frutas que nunca se atrevían a coger porque pertenecía a una bruja muy poderosa.
Un día, la mujer estaba mirando al jardín y vio unos hermosos melocotones que le apetecieron enseguida. Se lo dijo a su marido y éste fue a buscarle los melocotones. De repente oyó un grito:
-¡Atrevido! Te estás llevando mis mejores melocotones.
Era la bruja.
-Los cogí por pura necesidad. Son para mi pobre mujer, que está muy delicada.
-¡Bien, hombre, ya que tu mujer los desea tanto, puedes llevarte todos los melocotones que quieras de mi jardín. Pero has de prometerme que si algún día llegáis a tener un hijo, me lo entregaréis en el momento de nacer!
El hombre, como pensaba que no iba a poder tener hijos, accedió. Sin embargo, al poco tiempo les nació una niña preciosa que llamaron Rapunzel. La bruja cumplió su promesa y se la llevó. El matrimonio se quedó tristísimo.
Pasó el tiempo y Rempuzel se convirtió en una guapísima joven con una preciosa melena rubia. Los cabellos de Rapunzel eran lo más hermoso que se haya visto jamás. Rubios como el oro, tan finos como la seda y muy, muy largos, puesto que no se los había cortado jamás. Era tan guapa que la bruja no quería que nadie la viera. Por eso, la encerró en una torre. De vez en cuando le gritaba:
-¡Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera!
Cuando la hermosa joven escuchaba la voz de la bruja echaba por la ventana su pelo dorado y por el subía la vieja.
Al cabo del tiempo un príncipe pasó por allí y al acercarse a la torre oyó cantar una voz. Le sorprendió lo dulce que era, tan dulce que se paró a escuchar. Era la voz de Rapunzel. Como estaba siempre sola, se entretenía cantando bonitas canciones.
El príncipe quería ver a la joven que tenía esa hermosa voz, pero no la encontraba. Decidió esconderse durante unos días a ver si descubría quien era la joven que cantaba tan bien. Un día, estando escondido, escuchó:
-¡Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera!
Y así vio cómo la bruja subía por el pelo de la joven.
Al día siguiente, él hizo lo mismo y al ver a Rapunzel le prometió sacarla de allí. Al anochecer, la bruja volvió a subir y Rapunzel le preguntó:
-¿Por qué pesas tú más que el príncipe?
-¿Cómo puedes tú conocer al príncipe? - le preguntó enfadada -. ¡Ahora no volverás a verle! - exclamó.
Y, en ese momento, le cortó su preciosa melena y llevó a Rapunzel a un desierto donde no pudiese encontrarla nadie.
Esa noche el príncipe gritó:
-¡Rapunzel, niña hechicera, échame tu cabellera!
La bruja lo tenía todo preparado. Sacó la melena de Rapunzel por la ventana y el príncipe empezó a subir. Cuando iba por la mitad, la bruja soltó la melena y el príncipe cayó sobre unos espinos que le dejaron ciego.
El príncipe huyó como pudo. Empezó a vagar por el bosque, sin saber donde iba.
Al cabo de mucho tiempo llegó al desierto donde vivía Rapunzel. Ella lo vio y le abrazó llorando. Dos de sus lágrimas humedecieron los ojos del príncipe y, al momento, quedaron curados. Entonces, el dolor se convirtió en alegría y felices y contentos llegaron al reino del príncipe, donde vivieron juntos muchos años.