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La tercera novela de John Williams se publicó en 1965 y pasó desapercibida, apenas 2.000 ejemplares vendidos, una cifra irrelevante en Estados Unidos, sin reediciones ni traducciones a otras lenguas. Con este inicio, que presagiaba un rápido final, la historia del escritor y de su obra podía haber quedado ahí, poco menos que en el anonimato, escondida en los estantes de las bibliotecas públicas de Estados Unidos y limitada a breves referencias en los anuarios de las universidades de Denver y Misuri donde Williams ejerció la docencia. Pero no fue así. Quizá porque Stoner merecía una segunda oportunidad. Quizá porque la justicia poética es posible en literatura y hubiera sido imperdonable que la novela quedara en el olvido. El caso es que, cuarenta años después de su aparición, la obra cayó en las manos de la escritora francesa Anna Gavalda y hasta tal punto quedó impresionada que se convirtió en su valedora. Elogió su calidad en una entrevista (1), optó por traducir la obra al francés y sugirió a sus diversos editores en Europa que la publicaran. La entrevista fue leída por Tito Expósito, de la editorial canaria Baile del Sol, mientras Pilar Beltran, de Edicions 62, recibía una carta de Gavalda con elogiosos informes de Stoner. No dudaron. El primero porque se declara incondicional de la autora francesa y creyó a pies juntillas su recomendación. La segunda porque, en su condición de editora en catalán de Gavalda, dice no tener motivos para poner objeciones a sus gustos literarios. Y así, casi simultáneamente, la tercera novela de John Williams llegó a Europa en el 2010, cuarenta y cinco años después de su primera publicación, con la misma discreción con la que había aparecido en Estados Unidos. El recorrido en las dos editoriales fue similar. Crecimiento lento, goteo de ventas y ejemplares medio perdidos en los anaqueles de las librerías, hasta que de nuevo se produjo la generosa solidaridad de dos buenos autores, primero Rodrigo Fresán y meses más tarde, Enrique Vila-Matas. Ambos publicaron artículos en los que coincidían en calificar Stoner como la novela perfecta. Y a partir de aquí, sin acelerones desorbitados, sin prisas, pero sin pausas, empezó a funcionar la mejor promoción que puede tener un libro: el boca-oreja de los lectores: Baile del Sol está a punto de colocar en las librerías la décima edición y Edicions 62 ha superado los 10.000 ejemplares vendidos, cifra más que estimable en catalán. ¿Qué tiene Stoner para superar el desgaste del tiempo, sobrevivir a su autor y, sin promociones publicitarias de ningún tipo, atraer la atención de los lectores y ser traducida a la práctica totalidad de los países europeos? Quizá el mayor atractivo de la novela es la sencillez del relato que desarrolla, capaz de calar en todos los públicos con un mínimo de sensibilidad, la historia de un hombre normal, corriente, como otras tantas historias de gente con las que el ciudadano de a pie se cruza cada día. El protagonista es hijo único de campesinos, nacido en 1891, que llega a la universidad para estudiar agricultura y cuya vida cambia tras la lectura de un soneto de Shakespeare hasta el extremo de hacer de la literatura la razón de su vida. Profesor universitario, hombre discreto, sin ambición, dócil ante los contratiempos, incapaz de rebelarse ante las leyes de la vida, siempre más fuertes que el propio individuo. Un hombre corriente. Una historia normal en la que, a lo largo de 240 páginas, casi no pasa nada. Una novela realista que absorbe al lector hasta el extremo de desear modificar la trayectoria vital de su protagonista. La antítesis de los bestsellers al uso, trepidantes pero vacíos. La edición en francés que tradujo Gavalda para la editorial La Dilettante apareció seis meses después de que Baile al Sol y Edicions 62 hicieran lo propio en España. Progresivamente han ido apareciendo ediciones locales en toda Europa y Brasil. En Holanda se han vendido más de 200.000 ejemplares y la editorial inglesa prepara ya la biografía de John Williams. ¿Y quién fue este autor que venció en el mercado literario después de su muerte? Su vida, como la de su criatura literaria, fue también corriente. Nació en Clarksville, en el noroeste de Texas en 1922, fue profesor universitario, a los 20 años se enroló en el ejército norteamericano que participó en la