Estoy buscando una Poesía 10 estrofas con autor, fácil de aprender
Respuestas
De 9. Gustavo Adolfo Bécquer
¡Cuántas veces, al pie de las musgosas paredes que la guardan, oí la esquila que al mediar la noche a los maitines llama!
¡Cuántas veces trazó mi triste sombra la luna plateada, junto a la del ciprés que de su huerto se asoma por las tapias!
Cuando en sombras la iglesia se envolvía de su ojiva calada, ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios vi el fulgor de la lámpara!
Aunque el viento en los ángulos oscuros de la torre silbara, del coro entre las voces percibía su voz vibrante y clara.
En las noches de invierno, si un medroso por la desierta plaza se atrevía a cruzar, al divisarme el paso aceleraba.
Y no faltó una vieja que en el torno dijese, a la mañana, que de algún sacristán muerto en pecado acaso era yo el alma.
A oscuras conocía los rincones del atrio y la portada; de mis pies las ortigas que allí crecen las huellas tal vez guardan.
Los búhos que espantados me seguían con sus ojos de llamas, llegaron a mirarme con el tiempo como a un buen camarada.
A mi lado sin miedo los reptiles se movían a rastras: ¡hasta los muros santos de granito vi que me saludaban!
De 9. Gustavo Adolfo Becquer
En la imponente nave del templo bizantino vi la gótica tumba, a la indecisa luz que temblaba en los pintados vidrios.
Las manos sobre el pecho y en las manos un libro, una mujer hermosa reposaba sobre la urna, del cincel prodigio.
Del cuerpo abandonado al dulce peso hundido, cual si de blanda pluma y raso fuera se plegaba su lecho de granito.
De la postrer sonrisa el resplandor divino guardaba el rostro como el cielo guarda del sol que muere el rayo fugitivo.
Del cabezal de piedra sentados en el filo, dos ángeles, el dedo sobre el labio imponían silencio en el recinto.
No parecía muerta; de los arcos macizos parecía dormir en la penumbra, y que en sueño veía el paraíso.
Me acerqué de la nave al ángulo sombrío, como quien llega con callada planta junto a la cuna donde duerme un niño.
La contemplé un momento y aquel resplandor tibio, aquel lecho de piedra que ofrecía, próximo al muro, otro lugar vacío.
En el alma avivaron la sed de lo infinito, el ansia de esa vida de la muerte, para la que un instante son los siglos...
...
Cansado del combate en que luchando vivo, alguna vez recuerdo con envidia aquel rincón oscuro y escondido.
De aquella muda y pálida mujer me acuerdo y digo: “¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte! ¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!”