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Terminada la Primera Guerra Mundial, Italia era un país de unos 40.000.000 de habitantes con un territorio nacional que ocupaba la Península Itálica, Sicilia y Cerdeña , además de las colonias en África de Somalia, Libia y Eritrea, las islas del Dodecaneso en Grecia y la ciudad de Tientsin en China.
Políticamente Italia era una monarquía constitucional bajo el reinado del Rey Victor Manuel III de la Casa Saboya. Su forma de Estado era una democracia con Parlamento elegido por sufragio universal masculino. Sin embargo Italia era un país todavía joven, su independencia se había producido en 1866 tras una serie de interminables y cruentas guerras a lo largo de todo el siglo XIX en un periodo conocido como la “Unificación Italiana”.
Victor Manuel III, Rey de Italia.
Italia se encontraba entre las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial junto a los Aliados. Pero la contienda en nada había beneficiado al país debido a las insultantes cesiones territoriales que había conseguido, únicamente los diminutos territorios de Trieste, Trentino, Alto Adigio, Istia y Zara. Aquelas ganancias no eran suficientes para cubrir las necesidades, el hambre y la miseria que la guerra había dejado. Italia había perdido miles de vidas, muchas fábricas e industrias habían sido destruidas en el norte, numerosos espacios agrícolas habían sido arrasados y lo peor era que vivía una de las peores crisis económicas de su historia reciente. Este malestar provocó un gran odio orientado hacia dos vertientes: una hacia las democracias de Gran Bretaña y Francia; otras hacia la monarquía y los responsables de haberles metido en la guerra.
Otro problema añadido de la postguerra fue la aparición del comunismo que tanto miedo causó a gran parte de la población por su sangriento triunfo en la Revolución Bolchevique de 1917 en Rusia. Numerosas personas en Italia adoptaron esa forma de pensar y sus ideas como solución a los problemas políticos del mundo en los países occidentales. Tal aumento de grupos marxistas en Italia provocó que otra gran parte de la sociedad empezase a decantarse por los sectores más conservadores y tradicionales. Con este pretexto la fractura en el país estaba garantizada.
Durante la inmediata postguerra la política tomó un carácter disgregatorio. Los parlamentarios, ministros e incluso la burguesía liberal se habían dividido unos con otros. Nuevas ideas revolucionarias y radicales como el comunismo y el anarquísmo hicieron su aparición violenta en las calles, ya fuese atacando a grupos conservadores o realizando atentados. Los partidos de masas poco a poco cada vez crecieron más, mientras que los mayoritarios tradicionales descendieron notablemente.
El Partido Socialista Italiano (PSI) de Giacinto Mennoti Serrati era la fuerza política que gobernaba en Italia en 1919. En la oposición se encontraba la derecha del Partido Popular Italiano (PPI) de Luigo Sturzo. Como era de esperar las elecciones de 1919 dieron la victoria a los socialistas con 156 escaños, mientras que los conservadores obtuvieron 99 escaños. El resto de partidos de masas, la mayoría de izquierda radical o católicos, obtuvieron 179 diputados.
Italia se encontraba entre las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial junto a los Aliados. Pero la contienda en nada había beneficiado al país debido a las insultantes cesiones territoriales que había conseguido, únicamente los diminutos territorios de Trieste, Trentino, Alto Adigio, Istia y Zara. Aquelas ganancias no eran suficientes para cubrir las necesidades, el hambre y la miseria que la guerra había dejado. Italia había perdido miles de vidas, muchas fábricas e industrias habían sido destruidas en el norte, numerosos espacios agrícolas habían sido arrasados y lo peor era que vivía una de las peores crisis económicas de su historia reciente.