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Debemos volver a poner a la familia en el primer lugar en nuestra sociedad.
Para la Iglesia, la familia siempre ha sido lo que el Papa llama “la célula vital” de la sociedad humana. La familia es el centro de amor donde se forma la personalidad individual, y los valores son transmitidos de generación en generación.
El Papa Francisco ha dicho que “uno podría decir, sin exagerar, que la familia es la fuerza conductora del mundo y de la historia”.
La semana pasada, en esta columna, he hablado sobre como el “Evangelio de la familia” fue proclamado por Jesús, y escrito en las páginas de la Sagrada Escritura.
Jesucristo fue uno de los pocos líderes en la historia del mundo antiguo que reconoció la realidad del matrimonio y de la familia. Y fue mucho más allá. Nos mostró que hay algo impresionante y hermoso acerca del matrimonio y de la familia en el plan de Dios para el mundo y para nuestras vidas.
Pero la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer es más que una “invención” cristiana. La familia es parte del orden natural del mundo, la comunidad básica de personas que se encuentra en toda sociedad humana.
En nuestra sociedad, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, hemos visto qué pasa cuando damos por sentado el don de la familia.
Las investigaciones de años en ciencias sociales llegan a la misma conclusión — la salud de la familia está íntimamente relacionada tanto a nuestra salud como la de la sociedad.
La realidad nos muestra que hay vínculos directos entre la ruptura familiar y otros fracasos y disfuncionalidades presentes en nuestra sociedad — desde la pobreza y los bajos salarios hasta la violencia doméstica, el consumo de drogas, el encarcelamiento, y el fracaso en graduarse de la educación secundaria.
Estos no son argumentos morales o religiosos acerca de la familia. No buscan criticar el comportamiento de las personas o condenar a aquellas que viven en familias rotas.
El punto es que todos estaremos mejor — como lo estará nuestra sociedad —, cuando las personas vivan en hogares firmes, estables, bien constituidos, con una madre y un padre. Promover matrimonios sólidos y valores que apoyen a la familia es un requerimiento básico para la justicia social.
Hay muchas causas que explican la crisis de la familia hoy, y necesitamos entenderlas si es que queremos restaurar el lugar que corresponde a la familia en nuestra sociedad.
En parte, esta crisis se debe a un individualismo y secularismo agresivo, que rechaza la concepción tradicional del matrimonio y la familia como instituciones naturales, dadas al hombre por Dios. Muchos dicen que lo que llamamos “familia” es simplemente un estilo de vida que se puede elegir, un arreglo voluntario entre individuos que escogen vivir de cierta manera.
Existen también causas económicas y sociales — como la pobreza, el desempleo y el “subempleo”, la discriminación, las adicciones — que lastiman la unidad de la familia y su estabilidad.
Necesitamos enfrentar todos estos desafíos — morales, espirituales y materiales — si vamos a poner a la familia en el primer lugar en nuestra sociedad.
Nuestro país fue fundado sobre el principio esencialmente religioso que nos dice que Dios ha creado a cada individuo con dignidad y derechos.
Pero América nunca fue pensada como una nación de individuos. Nuestros fundadores sabían que ningún hombre o mujer es una “isla”. Sabían que cada individuo proviene de una familia y que la familia y la religión eran factores importantes para el crecimiento de una sociedad sólida.
Las leyes y políticas americanas — hasta hace poco — siempre han respetado el rol de la familia y han trabajado para promover y fortalecer el matrimonio y los valores que hacen fuertes a las familias y a la sociedad.
Y estos valores, enraizados y nutridos por la experiencia de la familia, siempre han servido como un contrapeso al excesivo énfasis que nuestra sociedad pone en el estilo de vida individualista y consumista.
Necesitamos renovar nuestro aprecio por el rol clave que el matrimonio y la familia juegan en la idea americana de gobierno y cultura.
También creo que mientras más entendamos qué significa la familia para el plan que Dios tiene para nuestra vida personal, más la querremos promover y defender en nuestra sociedad. Es por eso que, en mi siguiente columna, quisiera hablar de la belleza humana del matrimonio y de la familia, y de cómo entendemos estas realidades en nuestra tradición católica.
Recemos unos por los otros en esta semana. Y sigamos rezando por el éxito del próximo Sínodo de la Familias, con la oración del Papa Francisco que he compartido en mi columna de la semana pasada.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María, la Madre de la Sagrada Familia y de cada familia cristiana, que nos de valentía para estar abiertos a la vida y para proclamar el Evangelio de la familia y la belleza del matrimonio en nuestra sociedad.
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