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Para los antiguos homínidos, el trasladarse de un sitio a otro como grupos nómadas, implicaba una serie de riesgos recurrentes, como el adaptarse a su nuevo entorno y explorar sus recursos y potenciales presas de caza, ya que, cabe recordar, estos grupos vivían de la cacería y la recolección de frutos.
Estos grupos permanecían en un sitio hasta agotar todos sus recursos y dependían fuertemente de la cantidad de provisiones que pudiesen acumular, así como una fácil obtención y explotación.
Otro riesgo presente era el enfrentar a animales salvajes que ya mantuviesen un equilibrio ecológico y con la presencia homínida, este se viese alterado. Del mismo modo, otra circunstancia implícita para su permanencia momentánea era el adaptarse al clima y a los cambios en las estaciones.