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Asia, América, África, Europa, Oceanía… ¿Qué continente está libre de algún conflicto bélico? Como bien nos lo deja ver Edna Iturralde, ninguno. En esta pequeña, pero a la vez grandiosa obra para adolescentes y adultos, encontramos doce historias que recorren el globo terrestre, y ponen en evidencia cómo los intereses y ambiciones de los adultos repercuten en la inocencia infantil y en sus familias.
A través de las noticias nos enteramos de ataques a un templo o a una escuela al otro lado del planeta, o de las diferencias entre judíos y musulmanes, entre rusos y ucranianos… Aquí nos acercamos a ese nivel micro que rara vez percibimos. En estos doce relatos enfrentamos cara a cara las consecuencias más íntimas de los conflictos: los miedos y sufrimientos de los niños (“Yo apenas los conocí, pero el dolor que tengo al pensar en ellos es tan profundo que siento un taladro en el pecho”, en Cumplir con una misión), las penas y angustias de madres viudas, y los anhelos de tiempos mejores.
Pero la autora no solo destapa esas injusticias, también permite percibir cómo las diferencias entre musulmanes y judíos (Cuando callaron las armas) o entre serbios y bosnios (Puentes) desaparecen gracias a los niños, quienes son capaces de “construir puentes entre ellos y los otros; entre los otros y ellos”. Serán los niños los que abran espacios para dejar atrás los horrores de la guerra. El cuento La carta, por ejemplo, presenta a Jeannette, quien no puede olvidar el día en que se separó de sus padres. Ahora, de adulta, se pregunta: “¿Cómo lograr dar vuelta a la página de una historia de sangre y guerra, y mirar a un futuro de paz?”. La respuesta está en… los niños.
A pesar de la economía en el lenguaje, las descripciones están perfectamente logradas. Desde las primeras líneas de cada cuento el lector puede percibir la región en la cual se desarrolla la historia. Con su pelo rubio y rostro pecoso, más un nombre británico, Michael O’Connor nos lleva a Irlanda; un pañuelo negro que cubre el cabello nos remite a Palestina, y el calor tropical y los loros de cabeza azul a Colombia.
Al final del libro encontramos un aporte importante a la obra que se agradece: la autora se preocupó de explicar brevemente cada uno de los conflictos que presenta en sus cuentos.
Sin más, nos hallamos ante un libro sabio que nos revela la intimidad de las guerras y cómo los niños tejen, tan calladamente como lo hacen las arañas con sus telas, los caminos del reencuentro, de la armonía y del olvido
A través de las noticias nos enteramos de ataques a un templo o a una escuela al otro lado del planeta, o de las diferencias entre judíos y musulmanes, entre rusos y ucranianos… Aquí nos acercamos a ese nivel micro que rara vez percibimos. En estos doce relatos enfrentamos cara a cara las consecuencias más íntimas de los conflictos: los miedos y sufrimientos de los niños (“Yo apenas los conocí, pero el dolor que tengo al pensar en ellos es tan profundo que siento un taladro en el pecho”, en Cumplir con una misión), las penas y angustias de madres viudas, y los anhelos de tiempos mejores.
Pero la autora no solo destapa esas injusticias, también permite percibir cómo las diferencias entre musulmanes y judíos (Cuando callaron las armas) o entre serbios y bosnios (Puentes) desaparecen gracias a los niños, quienes son capaces de “construir puentes entre ellos y los otros; entre los otros y ellos”. Serán los niños los que abran espacios para dejar atrás los horrores de la guerra. El cuento La carta, por ejemplo, presenta a Jeannette, quien no puede olvidar el día en que se separó de sus padres. Ahora, de adulta, se pregunta: “¿Cómo lograr dar vuelta a la página de una historia de sangre y guerra, y mirar a un futuro de paz?”. La respuesta está en… los niños.
A pesar de la economía en el lenguaje, las descripciones están perfectamente logradas. Desde las primeras líneas de cada cuento el lector puede percibir la región en la cual se desarrolla la historia. Con su pelo rubio y rostro pecoso, más un nombre británico, Michael O’Connor nos lleva a Irlanda; un pañuelo negro que cubre el cabello nos remite a Palestina, y el calor tropical y los loros de cabeza azul a Colombia.
Al final del libro encontramos un aporte importante a la obra que se agradece: la autora se preocupó de explicar brevemente cada uno de los conflictos que presenta en sus cuentos.
Sin más, nos hallamos ante un libro sabio que nos revela la intimidad de las guerras y cómo los niños tejen, tan calladamente como lo hacen las arañas con sus telas, los caminos del reencuentro, de la armonía y del olvido
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