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La breve guerra que tuvo lugar entre Estados Unidos y España en 1898 fue el primer paso de la nación americana en transformarse en una potencia mundial, y, quizás, el primero de España en perder dicho status.
La victoria estadounidense trajo aparejada la posesión de las Filipinas, Puerto Rico y Guam, así como el comienzo de una política intervensionista en la región pacífica, que eventualmente llevaría al conflicto con Japón. Como resultado inmediato de la guerra, Estados Unidos se vio involucrado en una impensada lucha contra fuerzas insurgentes filipinas, de característica muy similares a la que tendría 60 años después en otra práctica de policía mundial, su gran Waterloo, la Guerra de Vietnam.
Cuba, una colonia española, había comenzado un proceso independentista en 1895. La respuesta de España, gobernada por Alfonso XIII, fue brutal, y llevó la simpatía estadounidense a favor de los rebeldes cubanos (como ocurriría posteriormente con la Revolución Cubana contra Fulgencio Batista). En enero de 1898, el barco de guerra estadounidense Maine arribó a la Habana con una misión doble: proteger los intereses estadounidenses y presentar a los españoles una exhibición de poderío militar. El trasfondo, realmente, era generar un conflicto con las fuerzas españolas, tras la negativa de la Corona a la insistente propuesta del país americano por comprar las islas de Cuba y Puerto Rico.