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Los metales preciosos extraídos de las colonias americanas se convirtieron en la base del comercio para el expansionismo de España y la consolidación de las economías europeas, además de estimular su comercio exterior y permitirles subsidiar las numerosas guerras que protagonizaron las monarquías absolutistas en los inicios de la edad moderna. Por ello, en el siglo XVI se instauró una política comercial exclusivista y una serie de instancias de control estatal que permitieran exportar la mayor cantidad de estos metales hacia la península del modo más eficaz.
La exclusividad del comercio
Con el objetivo de evitar que la preciosa carga comercial fuera afectada por el contrabando o los ataques de piratas, entre otras razones fiscales y militares, el intercambio atlántico debía efectuarse exclusivamente entre Sevilla y los puertos americanos de La Habana, Veracruz, Cartagena, Portobelo, Panamá y Callao. Además, todos los navíos comerciales debían viajar juntos, en el llamado sistema de flotas y galeones.
Este sistema beneficiaba el monopolio comercial andaluz, pues Sevilla debía abastecer a las colonias de una larga lista de productos -desde hierro hasta aceitunas- que, solo en teoría, el Perú no debía producir. De este modo, las colonias serían mercados ideales para los productos españoles y para las mercancías europeas comercializadas por España.
Rutas Comerciales en la colonia
Se conocía como La Carrera de Indias a la actividad de los galeones que debían transportar metales preciosos desde las colonias hacia España y, de regreso, llevar a las indias productos desde la Península.
En la carrera intervenían dos flotas anuales, que eran escoltadas por barcos de guerra, y que se dirigían a los dos virreinatos americanos.
La Flota de Nueva España llevaba mercancías a México, mientras que los Galeones de Tierra Firme tenían como destino el virreinato del Perú.
La corona española controlaba todo el tráfico marítimo y comercial con las indias a través de dos instituciones: el consejo de indias y la casa de contratación. Esta última se encargaba de conceder licencias y registrar los navíos, controlar y supervisar los cargamentos y llegó a funcionar como tribunal de justicia en cuestiones de índole comercial.
La exclusividad del comercio
Con el objetivo de evitar que la preciosa carga comercial fuera afectada por el contrabando o los ataques de piratas, entre otras razones fiscales y militares, el intercambio atlántico debía efectuarse exclusivamente entre Sevilla y los puertos americanos de La Habana, Veracruz, Cartagena, Portobelo, Panamá y Callao. Además, todos los navíos comerciales debían viajar juntos, en el llamado sistema de flotas y galeones.
Este sistema beneficiaba el monopolio comercial andaluz, pues Sevilla debía abastecer a las colonias de una larga lista de productos -desde hierro hasta aceitunas- que, solo en teoría, el Perú no debía producir. De este modo, las colonias serían mercados ideales para los productos españoles y para las mercancías europeas comercializadas por España.
Rutas Comerciales en la colonia
Se conocía como La Carrera de Indias a la actividad de los galeones que debían transportar metales preciosos desde las colonias hacia España y, de regreso, llevar a las indias productos desde la Península.
En la carrera intervenían dos flotas anuales, que eran escoltadas por barcos de guerra, y que se dirigían a los dos virreinatos americanos.
La Flota de Nueva España llevaba mercancías a México, mientras que los Galeones de Tierra Firme tenían como destino el virreinato del Perú.
La corona española controlaba todo el tráfico marítimo y comercial con las indias a través de dos instituciones: el consejo de indias y la casa de contratación. Esta última se encargaba de conceder licencias y registrar los navíos, controlar y supervisar los cargamentos y llegó a funcionar como tribunal de justicia en cuestiones de índole comercial.
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