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El descubrimiento y conquista de América tuvo una enorme repercusión en Europa. Se introdujeron una serie de nuevos productos alimenticios como el maíz, cacao, la patata y el tomate (ver más), y otros productos como el tabaco. El constante flujo de metales preciosos como el oro y la plata, transformó los fundamentos económicos y financieros de Europa. La influencia de la masa de medios de cambio y pago provocó un notable aumento en los precios y favoreció la acumulación de capital necesario para el desarrollo de las manufacturas textiles, metalúrgicas y de armas, así como un aumento en la producción de alimentos como el trigo, el aceite y el vino.
Todo ello provocó un florecimiento de la agricultura y sobre todo de las manufacturas, especialmente en Francia, Inglaterra y los Países Bajos, que se convierten en los principales proveedores de productos manufacturados para el nuevo continente.
El comercio se desarrolla a escala mundial. La corona española no supo aprovechar la coyuntura favorable de este gran aflujo de metales preciosos invirtiéndolos en el desarrollo de la agricultura y las manufacturas, empleándolos en cambio, en dispendiosos gastos suntuarios y en la financiación de las numerosas guerras que la Corona de Austria sostuvo en todos los frentes europeos.
El resultado fue la decadencia de las manufacturas españolas y el desarrollo de las europeas, inglesas, holandesas y francesas. Algunos autores ven en este aflujo de metales preciosos americanos y en el desarrollo del comercio que provocó, el inicio del capitalismo europeo.
Desde el punto de vista económico y político, la historia de América es una lucha sin cuartel entre la Corona española, decidida a mantener el monopolio comercial de las Indias, y los países marítimos europeos (Inglaterra, Francia y Holanda), que no se resignan a verse excluidos de las grandes ganancias del comercio ultramarino.