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El comercio decae y los habitantes permanecen inactivos, atiborrando los cafés y el cine. Rambert se desespera, ya que quiere marcharse del lugar, alegando que es parisino y que el asunto no le concierne, pero no lo consigue. El final del primer mes de la peste es ensombrecido por un incremento de víctimas y por el sermón de un cura llamado Paneloux, quien dice que la epidemia atacará sólo a aquellos que no son dignos del reino de Dios.
El verano llega a Orán. Al mediodía los restaurantes se llenan rápidamente. Tarrou se ofrece para organizar y dirigir brigadas sanitarias. Rambert decide buscar medios ilegales para abandonar la ciudad y Cottard quiere ayudarle al respecto. Tarrou propone a Paneloux que se una al grupo de voluntarios y éste acepta. Asimismo, Rambert decide también colaborar hasta que encuentre como marcharse.
Por razones evidentes, la peste se encarniza más con los que vivían en grupos, como los soldados o los presos. La prefectura instala el toque de queda. Por su parte, los entierros se transforman en una rápida ceremonia. A principios de septiembre, se decide transportar a los muertos al horno crematorio, que está al este de la ciudad.