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El 9 de abril de 1948, en el mismo día en que inició sus sesiones la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, se produjo el asesinato del líder populista a manos de un sicario, provocando lo que pasó a la historia como el “Bogotazo”. Las masas enardecidas carentes de una dirección política se lanzaron a las calles de la capital y demás poblaciones en protesta, destrozando edificios públicos y comerciales. La Policía se rebeló y distribuyó armas entre la población. Aunque los líderes liberales llamaron a través de la radio al pueblo a iniciar la revolución contra el gobierno conservador, no pudieron ejercer ningún tipo de control y la situación devino en un movimiento desordenado que pudo ser controlado a viva fuerza por el Ejército.
El culpable o autores intelectuales del magnicidio nunca aparecieron, pero la opinión pública desde el primer momento señaló a los sectores extremistas que rodeaban a Laureano Gómez, quienes temerosos de una victoria electoral de Gaitán recurrieron cobardemente a contratar a un criminal para que lo asesinara. Ospina Pérez llamó a los liberales “moderados” a integrar su gabinete y organizó una comisión investigadora de los hechos, la cual tiempo después llegó a la conclusión --ante el desencanto y la falta de crédito, de la generalidad-- de que el pistolero Juan Roa Sierra, un desempleado de filiación conservadora había actuado por cuenta propia.
Mas, si la calma tornaba en la Capital en medio de los acuerdos entre las cúpulas libero-conservadoras, los llanos colombianos se encendieron. Muerto Gaitán, los líderes rurales del liberalismo, asediados y asesinados por “Pájaros” y “Chulavitas” (motes de los grupos paramilitares conservadores) consideraron que las soluciones políticas estaban cerradas y se levantaron en armas formando columnas guerrilleras. A estas agrupaciones armadas que llegaron a sumar más de 60 mil hombres en los departamentos de Boyacá, Tolima, Cundinamarca, Huila, Caldas, etc., se sumaron los destacamentos del PCC, sobre quienes más se pronunciaba la campaña de terror oficial. Junto a otros comandantes guerrilleros como Fermín Charry (El Charro Negro), Víctor Merchán, comenzó a destacarse un joven militante comunista de origen campesino, Pedro Antonio Marín Gómez, quien asumió el seudónimo de Manuel Marulanda Vélez, un dirigente sindical torturado y asesinado por los órganos de seguridad colombianos.
Los malogrados procesos de paz
Las ofensivas antiguerrilleras del Ejército eran acompasadas de calumnias e injurias contra los rebeldes, a quienes se les presentaba como bandas de forajidos; todo esto gracias al control total que tenía el Estado y las organizaciones de derecha sobre los medios de difusión.
No puede negar que grupos de campesinos sobrevivientes de las matanzas, carentes de una dirección política adecuada, en venganza cometieran excesos y volcaran su revanchismo contra la población civil o cabecillas como “Ave Negra”, que se convirtieron en verdaderos bandidos alzados. Esta situación se prolongó durante los gobiernos de Laureano Gómez (1950-1953) y el régimen militar de Alfonso Rojas Pinilla (1953-1957). En el interludio de estas administraciones se dieron iniciativas para lograr acuerdos de los que devinieron en criminales burlas.
Tras la caída de Rojas Pinilla en mayo de 1957, los mandos guerrilleros de filiación liberal confiaron en las garantías ofrecidas por el nuevo gobierno e iniciaron un proceso de desmovilización. Los jefes y cuadros guerrilleros ya desarmados eran “cazados” por agentes de civil en los pueblos y ciudades, como el caso de Guadalupe Salcedo (ultimado en Bogotá) o como el ejemplo de los hermanos David y Gilberto Cantillo, asesinados junto a sus 247 hombres cerca de Rovira, en el mismo lugar donde se desmovilizaron. Desafortunadamente este estado de cosas se mantuvo hasta los primeros años de los sesenta. Los mecanismos eran diversos; los militares aplicaban la ley fuga o encargaban el trabajo sucio a los “pájaros” reclutados entre delincuentes comunes o campesinos fanatizados por la propaganda anticomunista.
Los infiltrados del Ejército hacían también su labor: asesinaban a los líderes traición o también aprovechaban el atraso político de algunos cabecillas para intrigar contra otras agrupaciones. De este modo fue lanzado Jesús María Oviedo “El Mariachi” a atacar el campamento de Fermín Charry, lo que produjo la muerte de Charry, uno de los principales jefes guerrilleros comunistas. Fueron estos últimos (los comunistas), que en base a la experiencia de 1953, con un nivel organizativo más sólido y con una visión estratégica más amplia, no cayeron en la trampa, se negaron a rendirse y a través de un trabajo político-ideológico vinieron atrayendo hacia sus filas a las bases campesinas abandonadas y/o decepcionadas del liberalismo y del conservatismo.
El culpable o autores intelectuales del magnicidio nunca aparecieron, pero la opinión pública desde el primer momento señaló a los sectores extremistas que rodeaban a Laureano Gómez, quienes temerosos de una victoria electoral de Gaitán recurrieron cobardemente a contratar a un criminal para que lo asesinara. Ospina Pérez llamó a los liberales “moderados” a integrar su gabinete y organizó una comisión investigadora de los hechos, la cual tiempo después llegó a la conclusión --ante el desencanto y la falta de crédito, de la generalidad-- de que el pistolero Juan Roa Sierra, un desempleado de filiación conservadora había actuado por cuenta propia.
Mas, si la calma tornaba en la Capital en medio de los acuerdos entre las cúpulas libero-conservadoras, los llanos colombianos se encendieron. Muerto Gaitán, los líderes rurales del liberalismo, asediados y asesinados por “Pájaros” y “Chulavitas” (motes de los grupos paramilitares conservadores) consideraron que las soluciones políticas estaban cerradas y se levantaron en armas formando columnas guerrilleras. A estas agrupaciones armadas que llegaron a sumar más de 60 mil hombres en los departamentos de Boyacá, Tolima, Cundinamarca, Huila, Caldas, etc., se sumaron los destacamentos del PCC, sobre quienes más se pronunciaba la campaña de terror oficial. Junto a otros comandantes guerrilleros como Fermín Charry (El Charro Negro), Víctor Merchán, comenzó a destacarse un joven militante comunista de origen campesino, Pedro Antonio Marín Gómez, quien asumió el seudónimo de Manuel Marulanda Vélez, un dirigente sindical torturado y asesinado por los órganos de seguridad colombianos.
Los malogrados procesos de paz
Las ofensivas antiguerrilleras del Ejército eran acompasadas de calumnias e injurias contra los rebeldes, a quienes se les presentaba como bandas de forajidos; todo esto gracias al control total que tenía el Estado y las organizaciones de derecha sobre los medios de difusión.
No puede negar que grupos de campesinos sobrevivientes de las matanzas, carentes de una dirección política adecuada, en venganza cometieran excesos y volcaran su revanchismo contra la población civil o cabecillas como “Ave Negra”, que se convirtieron en verdaderos bandidos alzados. Esta situación se prolongó durante los gobiernos de Laureano Gómez (1950-1953) y el régimen militar de Alfonso Rojas Pinilla (1953-1957). En el interludio de estas administraciones se dieron iniciativas para lograr acuerdos de los que devinieron en criminales burlas.
Tras la caída de Rojas Pinilla en mayo de 1957, los mandos guerrilleros de filiación liberal confiaron en las garantías ofrecidas por el nuevo gobierno e iniciaron un proceso de desmovilización. Los jefes y cuadros guerrilleros ya desarmados eran “cazados” por agentes de civil en los pueblos y ciudades, como el caso de Guadalupe Salcedo (ultimado en Bogotá) o como el ejemplo de los hermanos David y Gilberto Cantillo, asesinados junto a sus 247 hombres cerca de Rovira, en el mismo lugar donde se desmovilizaron. Desafortunadamente este estado de cosas se mantuvo hasta los primeros años de los sesenta. Los mecanismos eran diversos; los militares aplicaban la ley fuga o encargaban el trabajo sucio a los “pájaros” reclutados entre delincuentes comunes o campesinos fanatizados por la propaganda anticomunista.
Los infiltrados del Ejército hacían también su labor: asesinaban a los líderes traición o también aprovechaban el atraso político de algunos cabecillas para intrigar contra otras agrupaciones. De este modo fue lanzado Jesús María Oviedo “El Mariachi” a atacar el campamento de Fermín Charry, lo que produjo la muerte de Charry, uno de los principales jefes guerrilleros comunistas. Fueron estos últimos (los comunistas), que en base a la experiencia de 1953, con un nivel organizativo más sólido y con una visión estratégica más amplia, no cayeron en la trampa, se negaron a rendirse y a través de un trabajo político-ideológico vinieron atrayendo hacia sus filas a las bases campesinas abandonadas y/o decepcionadas del liberalismo y del conservatismo.
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